Tras algunos años de silencio nacional expositivo, Osvaldo Peña nos entrega productos nuevos. Y con elocuencia lleva a cabo su volumetría en madera de los años 2010 a 2016. Habría, pues, mucho que decir sobre su actual exhibición en Galería Isabel Aninat. Para comenzar, cabe ordenarla en tres grupos de trabajos. Dos de ellos con la figuración humana como protagonista y con la siempre concurrente presencia del árbol. De ese modo, primero tenemos al hombre de cuerpo entero, a ese varón arquetípico, acaso especie de Adán o habitante primigenio de nuestro territorio. Hermosa presencia resulta contemplarlo de pie, compartiendo la escena dentro de un bote y sujetando una escalera. Si los extremos de este instrumento rematan en la cabeza de un perro totémico con orejas de cuero, estas últimas hallan su equilibrio a través de los detalles de la plancha metálica y de los pernos que afirman la embarcación. A eso se suma el aprovechamiento de las hondas rajaduras naturales, pintadas negras, del personaje. Otras tres esculturas también lo muestran entero, aunque en situaciones más artificiosas y dotadas de un simbolismo un poco obvio: aherrojado por breves cortes de leño y sus tarugos respectivos. Una vez se encuentra parado y enredado de brazos; las dos ocasiones siguientes lo someten a un dinamismo intenso que lo lanza por los aires o lo coloca cabeza abajo y enmarcado por un árbol. Sin embargo, el gran logro de este grupo se da por intermedio de una obra de expresividad e inventiva creadora notables. Se trata de la vivienda hogareña y sus habitantes. Estos, cuya vitalidad se potencia sintetizada en nada más que las piernas, se cobijan dentro de ella. La casa, entretanto, subraya su importancia, agregando un par de troncos en función de palafito, como otro miembro de la familia. Sin duda, una metáfora de especial categoría plástica.
La cabeza, como símbolo autónomo del ser humano, constituye el segundo grupo de realizaciones ofrecido. La vemos concretada de modos diversos. Ya rebanada por la mitad -con algo de resto arqueológico- y en amplias dimensiones, ya emergente de un leño ahuecado en ángulo recto. Asimismo, en ambos extremos de una viga gruesa, cuyo espesor surge pleno de movilidad formal. O dando vivacidad a las puntas de cuatro negros bloques rectangulares, colocados a la manera de los ordenados apilamientos de barraca. Más complejo y arriesgado luce el equilibrio admirable de un solo largo leño que se divide, vinculando en sus puntos más alejados una cabeza masculina y otra femenina, como una especie de balancín viviente. Junto a este volumen espléndido agreguemos la sorpresa preciosa del rostro tridimensional que nos mira malicioso, escondido en lo profundo del hueco trabajado de un tronco. Este resulta, además, capaz de enfrentar el cuadrado de su propio vacío y el círculo del cuerpo global.
Tres grandes formas geométricas corresponden al tercer sector de la exposición. Aunque abstractas, sus respectivas redondez, cuadratura y espiral, colocadas como relieves sobre el muro, dejan ver la naturaleza bien realista del material: pedazos de ramaje ensamblados y pintados de negro. Constituyen una derivación interesante en la labor del Peña de hoy día. Fuera del atisbo de una cara, se aparta completamente de la índole visual del conjunto expuesto una escultura en metal, empezada el año 2000 y pintada de amarillo. Por cierto, el sello de autor se advierte inconfundible. Habría que añadir, por último, que la presente muestra nos parece el hito más alto alcanzado durante el inicio de la actual temporada santiaguina.
En su sala interior, la misma galería nos propone a una autora española que no conocíamos, Rosell Meseguer. Rescata mediante fotografías en colores, marcado claroscuro y encuadres adecuados, los restos de una arquitectura militar en la Cartagena hispana. Esta, no obstante, más parece la larga fachada de un palacio en ruinas del período absolutista. De dentro del edificio retrata un mayor deterioro: azulejos rotos y asomos de embaldosado. Si bien bonito resulta el europeo exotismo del modelo, la instantánea más genuina nos parece una colgada afuera, a la entrada de la sala. Ella se aleja de lo directamente reconocible, privilegiando los grandes planos geométricos y subrayando la inmensidad del horizonte marino.
"A la sombra del árbol"
Los últimos trabajos de Osvaldo Peña, siempre esculturas en madera
"La disuasión: la marea y el límite"
Fotografías con restos arquitectónicos de la española Rosell Meseguer
Lugar: Galería Isabel Aninat.
Fecha: Hasta el 23 de abril.