Chile cumplió con lo mínimo en este paso doble eliminatorio. El piso era ganarle a Venezuela, al que se le debe derrotar dónde y cuándo sea. Un empate con Argentina habría significado un plus importante, y un triunfo, la consagración de un equipo capaz de superar el cambio de una mano técnica y la demostración palpable que sí puede superar a un rival histórico y muy superior nominalmente. Así que a no engañarse con la goleada en Barinas y con la expectante posición que nos deja temporalmente clasificados. Es solo un capítulo de una historia que aún no llega ni a la mitad de su desarrollo.
El balance general en estos 180 minutos, en todo caso, deja algunas luces. La principal: Chile tiene un juego colectivo que trasciende a todo. Llámese mecánica, sistema, modelo, estructura, fondo, funcionamiento, ejecución, como fuera... La Roja trasciende a las ausencias obligadas, a algunas variantes de la impronta del nuevo entrenador, a los imponderables en la alienación titular, a la presión de ir a ganar por nombre, figuras y favoritismo. Un gol tan inesperado como el venezolano en un pasado no tan lejano habría evidenciado un componente psicológico de enorme fragilidad; hoy ese golpe al mentón solo revela fortaleza. Tanta, que en el caso del martes generó en la selección un cambio de actitud más que de fútbol y que lo hizo despertar de su aletargado esquema contemplativo.
El gol venezolano también aclara otro acápite. No hay que inquietarse más allá de la cuenta porque Johnny Herrera haya tenido altísima responsabilidad en la extraordinaria pegada que le dio Otero a ese balón. Es indiscutible que Claudio Bravo es el titular y que sus ausencias por Chile son contadísimas. Nadie lo puede garantizar, pero la estadística juega a favor del portero del Barcelona a la hora de jugar, y hoy Herrera no es más que su reserva número uno, pero tampoco el único.
Y si se trata de nombres, el de Mauricio Pinilla es ineludible. No tanto por sus vitales goles, sino por lo que su presencia puede llegar a representar en una selección que hace rato abandonó el 9 de referencia en el área y le deslindó la responsabilidad goleadora a delanteros con una funcionalidad distinta, eficaz en el caso de Eduardo Vargas, pero de alto riesgo cuando no se es especialista, como sucede con Alexis. El rol de Pinilla, quien se ganó la prioridad, o el de Castillo, Henríquez o el propio Larrondo, deja de ser alternativa de urgencia para transformarse en una realidad de juego que en Venezuela ya tuvo su primer gran beneficio que se puede extender en el tiempo.
Resta por definir, una vez que decante la euforia por la goleada, el cuarto puesto en las clasificatorias y el tercer lugar en el ranking FIFA, qué se hará con la Copa Centenario. Y, con todo respeto, aquí vale más la opinión de los jugadores que la del propio Juan Antonio Pizzi. La clasificación al Mundial de Rusia no tiene parangón con un torneo inventado con fines comerciales, independiente de que Chile ostente el título continental. Es misión del técnico, ahora que ya ha entrado en un período de legitimación, transparentar qué es lo que más interesa, para que sean los futbolistas los que evalúen sus fases de descanso y pretemporada. A septiembre hay que llegar con un plantel íntegro y enfocado. Y la Copa Centenario es a todas luces un distractivo.