Así llamaba mi abuela a algo indefinible, que tenía que ver con la quietud y con un estado del alma en que se podía prescindir del mundo externo y sus avatares, sin aburrimiento y con cierta alegría.
Hoy, la preocupación de quienes trabajamos en salud mental es el exceso de vida exterior. Es la sobreproducción de adrenalina la que lleva a las personas a enfermarse. El estrés y la depresión, la violencia y el alcohol y drogas son resultado de una vida sobre estimulada, pero también de una cabeza que no para de hablar.
Cuando insistimos en la necesidad de que los niños no sean sobre estimulados, que los dejen aburrirse para que encuentren mundos propios, que los dejen quietos para que aparezcan las fantasías, estamos tratando de prevenir el futuro.
Uno de los síntomas en los adultos es la constante "copucha" en la que viven los pequeños mundos a los que pertenecemos. La tragedia ajena nos entristece, pero nos da adrenalina, nos da tema para conversar, para esperar la próxima junta y el próximo evento relacionado con "el tema" que nos permitirá seguir en la vida de otros como si fuera la propia. Y el resultado en nuestra psiquis es una dependencia creciente de los otros para sentirnos vivos.
La vida no es fácil. Y no es predecible. ¿Estamos preparados?
Hay que desarrollar un mundo interno potente para sobrevivir bien. Y eso no se puede hacer solo con los estímulos del exterior. Hay que saber buscar la paz, a través de la concentración o de la mente en blanco. Hay que callar a esa cabeza parlanchina. Hay que dejar de estar al día con lo último que pasó entre mis conocidos o en mi familia. Hay que tener con el silencio una relación amorosa.
Occidente está incorporando visiones y técnicas de meditación y relajación del oriente porque las necesita. Entre la vorágine de las ciudades, las obligaciones múltiples y la lucha contra la soledad, lo último que necesitamos es más estímulos. Y la "copucha" o el estar al día con la vida ajena es un escape maligno.
Las religiones saben eso, por eso los retiros son en silencio. Para que escuchemos otras voces.
Un poco de silencio, de quietud, de soledad buscada y gozada es mejor que cualquier estímulo.
¡Hay que atreverse!