Últimamente me he sorprendido pensando en mis lectores. Ejerciendo mi magnífica autoestima dije enseguida ¿deben ser muy pocos ¡escasísimos!? Después de más 20 años de escribir cada quince días esta columna ¿no parece una ilusión vanidosa suponer que hay un grupito de seguidores? En una anotación hecha en una agenda hace unos seis meses -sin duda pasaba por uno de mis períodos maniacos- escribí: "nunca me leería a mí mismo". Impulsado por esas alentadoras convicciones concluí, entonces, que usted, mi benévolo lector, era como un pájaro -sumamente exótico, sin duda- que se posa casualmente en esta sección o la lee de vez en cuando, muy de vez en cuando. En cimas de exaltación optimista he llegado a pensar: ¿serán dos o tres los más asiduos (por cierto que en extremo infrecuentes ocasiones debo espantar de mi soleada mente la negra nube de que no haya ninguno o, no sé si es más negra, uno)? He practicado este oficio común -a usted lector y a mí mismo- desde muy chico. Es admirable la precocidad que pueden despertar en un niño un ambiente familiar en que se evidencia -no se predica- una alta valoración por la lectura y se da la guía de un maestro cariñoso como fue mi abuelo, que enseñaba a leer en este mismo diario. El método para descifrar esos pequeños dibujos saltarines de los cuales los adultos hablaban tanto era la llave para abrir el cofre de un tesoro. Entre las palabras que lograba entender de sus conversaciones a menudo me daba cuenta de que surgían fastidiosos espacios vacíos referidos precisamente a lo que existía dentro de esas filas interminables de minúsculos garabatos.
Y ¡qué manera de pelearse "El Mercurio" los domingos y qué asombroso era que todos los grandes pudieran ir captando más o menos (en ese "más o menos" recaía bastante de la gracia) lo mismo, lo suficiente para poder hablar de ello como se hablaba de la lluvia de esa noche o del almuerzo de mañana! Llevando unos venerables cincuenta y tantos de trayectoria persistente como lector ese itinerario me parece también el de un pájaro (¿o pajarraco, debería decir?) exótico, infiel y zigzagueante. No tengo más modelos primarios que estos para intentar dar forma a una figura de lector. Los grandes especímenes que conocería después los encontré en mis lecturas y por lo mismo están impregnados de la imaginación de los autores. La mía es pobre o perezosa y, si quiero ser franco, no me lleva más allá de esos recuerdos. De modo que si ha venido usted en dar hasta aquí entre sus libérrimos revoloteos, aprovecho esta quizás única oportunidad para darle mis más sentidas gracias, mi semejante.