El escenario internacional que enfrentamos desde mediados de 2013 está causando dos tipos de efectos en la economía interna: 1) El ajuste macro por la caída en el precio del cobre y por el deterioro del ambiente externo, y 2) la baja en las perspectivas de crecimiento desde cerca de un 5% en los años de la abundancia a estimaciones que llegan a un 2% para los próximos diez años (Centro de Desarrollo Internacional de Harvard). Las autoridades están manejando responsablemente las políticas para que funcione el primer ajuste y mantengamos la estabilidad; pero el otro ajuste, orientado a mejorar la capacidad de crecimiento, sigue pendiente.
La clave del ajuste macro es que la trayectoria del gasto (público y privado) sea sostenible en el mediano plazo y que la demanda agregada esté alineada con la capacidad productiva. Los desajustes en estas variables se manifiestan en endeudamiento desmedido, inflación fuera de control o desempleo excesivo, nada de lo que ocurre en Chile.
Desde mediados de 2015, el ministro de Hacienda está aplicando un freno gradual al gasto público para alinearlo con los ingresos estructurales. El recorte de comienzos de marzo fue un paso más en una senda de responsabilidad que continuará durante este y el próximo año.
El otro mecanismo del ajuste macro es el tipo de cambio, que busca canalizar los recursos hacia nuevos sectores transables, lo que ha funcionado con la caída de las importaciones, pero no se ha logrado en las exportaciones. Por el contrario, la mayoría de los rubros de exportación muestra tasas de crecimiento negativas, lo que es el rasgo perturbador para el ajuste macro.
Por su parte, la depreciación ha influido en que la inflación haya permanecido largamente fuera del rango meta, amenazando la credibilidad del Banco Central. Los aumentos de la tasa de política de fines de 2015 aliviaron este peligro, permitiendo una mayor holgura al instituto emisor. También ayuda al ajuste la estabilidad financiera que se ha mantenido en todo este período.
En suma, el ajuste macro está plenamente desplegado, y se ha beneficiado de un boom transitorio en la construcción, producto de la venta de viviendas sin IVA y de la baja del precio internacional del petróleo.
En muchas economías, especialmente las desarrolladas, el ajuste macro instala incentivos para que los recursos abandonen las actividades menos rentables y se dirijan hacia sectores de mayor productividad. De esta manera, luego de un tiempo razonable -uno o dos años- comienzan a observarse los brotes verdes que anticipan una recuperación del ritmo de crecimiento que había antes. Sin embargo, varias razones explican por qué este no es el caso de Chile.
Primero, nuestra base productiva carece de diversidad y sofisticación, por lo que frente a un escenario externo adverso, los recursos tienden a quedar cautivos en actividades de bajo dinamismo y de precios deprimidos, a la espera de mejores condiciones internacionales.
Segundo, el ecosistema que sostiene la competitividad y en el cual se articulan actores como el Gobierno, las empresas y los centros del conocimiento, se deterioró durante los años del auge. Su construcción es lenta, porque requiere generar una visión común, cultivar confianzas, crear mercados y complementar muchas decisiones descentralizadas, para que el conjunto avance en la dirección deseada. Si este ecosistema no se cuida, el retroceso es acelerado.
A comienzos de la década pasada se dieron pasos importantes para fortalecer este ecosistema, pero cuando aumentó el precio del cobre este trabajo perdió toda prioridad. El abandono de la agenda del Consejo Nacional de Innovación durante el Gobierno pasado ilustra este menoscabo. Reparar hoy este daño prácticamente es volver al punto de partida.
Tercero, durante los años de la abundancia cometimos excesos en muchas empresas y también en el Gobierno. Oscar Landerretche, presidente de Codelco, los llamó los pecados sociales del entusiasmo. Ahí están el afán de ganancias (bonos) sin el respaldo de la productividad; las inversiones exageradas, y los presupuestos sin prudencia. El profundo ajuste que se está aplicando en esa empresa refleja la mirada crítica a los efectos de estos excesos y la necesidad de hacer las correcciones necesarias, aunque tome tiempo.
En cuanto al Gobierno, no se dispone de una evaluación de la calidad de los programas e inversiones, pero si se considera que los subsidios y donaciones, que constituyen un 30% del presupuesto, aumentaron en más de un 10% real anual entre 2005 y 2013, es plausible sospechar que la calidad de los programas e inversiones públicas se ha deteriorado y con ello, su aporte al crecimiento. La Comisión de Productividad debiese señalar los caminos para hacer las reparaciones en este ámbito.
Finalmente, otra fuente de parálisis en el crecimiento es la incertidumbre generada por los escándalos de la relación entre dinero y política, a lo que se agregan las reformas emblemáticas del Gobierno, incluyendo el cambio de la Constitución. Estos hechos favorecen las estrategias que apuntan a mantenerse a la expectativa de lo que pueda ocurrir, golpeando la inversión y el crecimiento. Aunque difícil, resulta clave evitar que estos factores nublen la visión del futuro.
¿Cómo avanzar en este escenario? Debemos construir desde la base, evitar los atajos, las intransigencias y las recetas iluminadas. Volver a formar una generación de profesionales que, desde los sectores público y privado, generen confianzas e instalen nuevamente un estilo sano de colaboración. Avanzar en esta dirección es la clave para lograr el otro ajuste.