La reforma laboral está pronta a ser aprobada. Falta la discusión de algunas menudencias, pero la próxima semana saldrá fumata blanca en la avenida Pedro Montt. La Nueva Mayoría habrá impuesto así -legítimamente-su mayoría política.
La discusión de estos meses ha tenido un guión muchas veces visto, con dos fuerzas antagónicas: la derecha y los empresarios por un lado, oponiéndose a cualquier reforma; y la izquierda, por el otro lado, propiciando los "avances" laborales. En el medio, un puñado de democratacristianos, con su habitual maleta de "matices", buscando poner notas al margen y pies de páginas.
Como siempre, se ha querido crear la falsa dicotomía de unos y otros. Los que defienden a los trabajadores versus los que defienden a los empresarios. Los buenos a un lado y los malos al otro. En medio de una discusión plagada de sofismas, como que en Chile no existe huelga efectiva o que en nuestro país la tasa de sindicalización es insignificante.
Pero claro, la historia pesa y ella juega -qué duda cabe- en favor de la izquierda. No reconocer la importancia de este sector político en la reivindicación de la dignidad de los trabajadores a lo largo de la historia sería injusto.
Se dice que la primera huelga ocurrió en el antiguo Egipto. Pero el verdadero origen del movimiento sindical está en la Inglaterra de principios del siglo XIX, donde en medio de la revolución industrial los trabajadores se alzaron ante las condiciones miserables. Las primeras teorías de administración de empresas, como por ejemplo el Panóptico de Bentham, consideraban que al trabajador había que aislarlo y darle un trato despótico, como a la pieza de una máquina. Y claro, la derecha muchas veces amparó esta visión.
Por esa razón es que -pese a que el mundo occidental ha cambiado radicalmente- para un amplio sector de la izquierda pensar en la huelga sigue produciendo una especie de excitación, como un momento cúlmine del poder organizativo de los trabajadores. Paradójicamente, algunos de los que enarbolan estas banderas defienden el modelo cubano donde la huelga se castiga con cárcel.
Pero lo que la Nueva Mayoría no lo ha querido ver es que una cosa es la historia y otra es el presente.
En primer lugar, es obvio que había que hacer adecuaciones para mejorar la ley laboral, para evitar las prácticas antisindicales y modernizar las relaciones de trabajadores y empresarios. Pero para ello no se debe partir de la base del juego de suma cero que planteaba Marx (donde lo que gana uno lo pierde el otro), sino bajo la premisa beneficio mutuo.
En segundo lugar,el sindicato -cuya legitimidad e importancia nadie discute- se trata de una institución en declive. Ello explica el porqué las tasas de sindicalización en el mundo están cayendo fuertemente. En la sociedad de la información, las personas tienen más herramientas para defenderse solas. A ello se suma que el bajo desempleo ha demostrado ser la mayor causa de mejora en los salarios.
La huelga será siempre señal de que algo ha fallado. Que el entendimiento no ha sido posible. Pero esa herramienta debe estar acotada. Debe ser lo suficientemente poderosa para que al empleador le afecte que ocurra, pero lo suficientemente limitada para no amenazar la continuidad de la empresa, ni para perjudicar seriamente a los consumidores.
Por el contrario, la reforma laboral que se aprobará la próxima semana le dará un poder excesivo a los sindicatos. Tanto en la titularidad sindical, como el no reemplazo en huelga y en la negociación interempresas. Así lo han dicho los propios técnicos de la Concertación.
Pero ya no estamos para técnicos y menos para Concertación...
Una de las características de las reformas laborales es que no cuesta nada impulsarlas, pero intentar revertirlas es casi imposible. Se requiere una gran crisis y un alto desempleo para llevarlas a cabo. Hacia adelante es en bajada. Hacia atrás es en subida. Basta ver lo difícil que ha sido para España, Francia e Italia realizarlas en los últimos años. Paradójicamente, Francia e Italia, gobernadas por la centroizquierda, impulsan reformas para limitar la huelga y los sindicatos, cuyas frases de las autoridades habrían causado escozor en Chile por su dureza.
Pero en Chile tampoco estamos para mirar hacia afuera. Mejor es cumplir el programa...
La reforma laboral se aprobará la próxima semana. Habrá abrazos por doquier. El próximo año el Gobierno dirá que nada pasó y le enrostrará a quienes se opusieron que estaban equivocados. Como pasó con la reforma tributaria. Como pasó con la reforma educacional.
De nada servirá recordarles lo que decía Maquiavelo, que los problemas son como la tuberculosis: al principio difíciles de detectar y fáciles de solucionar, pero al cabo de un tiempo son fáciles de detectar y difíciles de solucionar.