En el Teatro del Lago de Frutillar, hay un segundo auditorio que tiene forma de anfiteatro. Es mediodía allí, un sábado. Un público expectante se ha acomodado en las filas ascendientes de asientos. No cabe un alfiler. Hay mucha gente local, pero también otra que ha llegado no solo de Santiago, sino de Lima, Nueva York, Milán. Abajo, un piano, y por delante, a través de enormes ventanales, el majestuoso lago Llanquihue. ¿Habrá en el mundo otro auditorio con vista tan extraordinaria?
Llega la pianista, Myra Hyang, y la acompaña Dmitry Grigoriev, un bajo. Los dos son muy jóvenes. Grigoriev es de Nizhny Novgorod, y pronto cantará una canción dedicada a su ciudad, una de 14 piezas rusas en lo que será un notable recital lírico. Un recital pródigo en instantes inolvidables en que la música interactúa con el paisaje. Como cuando Grigoriev canta una canción que hizo Glinka de un poema de Pushkin. "Recuerdo el instante maravilloso/en que apareciste tú", empieza, y mientras Grigoriev lo canta, con voz magnífica, aparece, delante de nosotros, un velero que ha salido a pasear y que tranquilo aprovecha el luminoso día de sol.
Este recital fue uno de los regalos que el Teatro del Lago ofreció a quienes compramos entradas para oír a la Orquesta Mariinsky de San Petersburgo en Frutillar el fin de semana pasado. Esta gran orquesta, dirigida desde 1988 por Valery Gergiev, estuvo en residencia allí por tres días, en lo que fue un verdadero Festival Mariinsky. Aparte de ofrecer dos conciertos para el público, hubo dos conciertos educativos -gratuitos- para los 1.800 niños que hay en la ciudad. Era conmovedor ver a estos niños, sentados en un riguroso silencio que rara vez se observa en públicos adultos, mientras les explicaban la función de cada instrumento en "Pedrito y el lobo", el poema sinfónico de Prokofiev. Conmovedor verlos después absolutamente concentrados mientras Gergiev dirigía la obra entera. Oían cómo el lobo (a través de los amenazantes cornos) perseguía al pajarito (la flauta) y se comía vivo al pato (el oboe).
Para los adultos, había sorpresas memorables. Como la de la última jornada, en que oímos el Concierto para Piano y Orquesta No.1 de Beethoven. Behzod Abduraimov, un pianista de solo 25 años, de Tashkent, nos dejó atónitos con la rara combinación de virtuosismo y dulzura con que tocó. Al final, por si alguien dudara, remató con una vertiginosa rendición de la Campanella de Lizst.
He podido ver a Gergiev algunas veces a través de los años. Sobre todo en su San Petersburgo, en el Festival de las Noches Blancas, donde a veces dirige hasta tres conciertos en un día, el último a medianoche, de manera que uno sale a las dos de la mañana a disfrutar de un sol que todavía no se quiere poner. Gergiev es el rey de la ciudad. Se hizo cargo del Mariinsky en pleno desmembramiento de la Unión Soviética, cuando se acababan los subsidios del Estado. Gran emprendedor cultural además de gran músico, reinventó el teatro, y de paso convirtió a su ciudad en una de las grandes capitales de música del mundo. No solo rusa: el domingo la orquesta volvía a casa a presentar el "Anillo de los Nibelungos" de Wagner.
Conmovedor ver a Gergiev en Frutillar. Verlo impresionado con la singular belleza del paisaje, la calidad del teatro, y la profundidad y amplitud de sus programas educativos, que en cinco años han beneficiado a más de cien mil niños y jóvenes. Conmovedor también oír a cuatro músicos chilenos incorporados por esos días a la orquesta. Había un rumor de último minuto de que Gergiev no iba a llegar. ¿Quién lo habrá originado? ¿Gente que no podía -o no quería- creer que en Chile seamos capaces de atraer a una persona así? ¿Gente que piensa que no deberíamos apuntar tan alto?