El tema de la música sacra y sus límites en cuanto a su expresión en la liturgia es muy antiguo, pero con permanentes controversias. Los compositores siempre han tenido la buena intención de desentrañar los afectos contenidos en los textos y han sido fieles a la súplica de un Kyrie, a la exaltación de un Gloria o a la ternura de un Dona Nobispacem. Estos límites a veces se rebasan, provocando la condena de las autoridades eclesiásticas, que ven con malos ojos la invasión de elementos profanos en el rito y textos litúrgicos.
El sábado, en el Teatro Municipal, la Orquesta Filarmónica de Santiago , junto con cuatro solistas y el Coro Filarmónico, bajo la dirección general de Konstantin Chudovsky, ofrecieron al público la oportunidad de deliberar sobre los problemas anteriores y tomar partido al oír el Réquiem de Giuseppe Verdi , aunque ¿es necesario tomar partido frente a una obra excepcional? ¿No queda atrás toda especulación respecto a la pugna entre lo profano y lo litúrgico? Verdi dijo: "¡Pasiones por encima de todo!", y ¿dónde iba a encontrar la pasión si no era en su mundo propio, el de la ópera, donde era el maestro indiscutible? Por aquí y por allá, suenan ecos de una Azucena, un Don Carlos, una Desdémona, pero diciendo sus textos sacros con pasión, como quería el maestro.
Pocas veces se ha escudriñado de tal manera el misterio de una Misa de Réquiem, cuyos textos fueron creados hace siglos "como respuesta ritual al drama de la muerte... fervientemente esperada y considerada como la necesaria puerta a la beatitud eterna" (Steinberg).
Esta intención quedó claramente evidente en la versión oída. Difícilmente puede escucharse una obra tan compleja con tal criterio de unidad de comienzo a fin. Los solistas realizaron un trabajo excepcional: la soprano Marina Costa-Jackson lució sus extraordinarios agudos; la mezzo Anastasia Bibicheva, su cálido timbre y expresividad; el tenor Enrique Folger, su seguridad y aplomo; y el bajo Alexey Tikhomirov fue fiel exponente de lo que se espera de un bajo ruso. Todos hicieron gala de gran belleza y calidad tímbrica.
El Coro Filarmónico, magníficamente preparado por Jorge Klastornick, y la orquesta, bajo la sólida y experta dirección de Chudovsky (no en vano tiene gran experiencia con la ópera), hicieron de este Réquiem una versión para recordar y el enfervorizado público así lo entendió.