"La marca Trump envenenará al Partido Republicano por generaciones". "Vamos a vender el alma del GOP a un narcisista lunático". "Se ha tomado el partido y lo transformó a su imagen y semejanza".
Cientos de frases como estas se pueden recoger entre las que han dicho republicanos preocupados de que Donald Trump obtenga la nominación en julio. Aunque las cifras todavía no son definitivas, las innumerables victorias y las altas votaciones que ha obtenido el mediático multimillonario son una prueba contundente de la profunda crisis en la que está el partido, probablemente desde el día en que George W. Bush dejó la presidencia. O quizás mucho antes.
Es verdad que Trump le ha dado nueva energía al partido, ha atraído a muchos que nunca habían votado en primarias, a sectores apáticos, que no se identificaban con su ideario, pero al precio de ponerle una máscara de populismo nacionalista que será difícil de quitar. Ya con el surgimiento del Tea Party, el GOP recibió un remezón. Ese giro hacia la derecha populista fue una suerte de aviso de que el malestar en las bases cundía, una muestra del pesimismo por la lenta recuperación tras la crisis financiera de 2008 -que no llegaba al bolsillo de la clase media- y que el apoyo, más que a los eslóganes de "menos gobierno", era un pedido de ayuda para su situación personal. A esa gente le habla Trump. La mayoría de sus partidarios son hombres blancos de clase media, preocupados de su futuro, muchos no terminaron la secundaria y apenas el 19 por ciento tiene un grado universitario; se dicen moderados, no particularmente religiosos, sostienen posturas de un férreo nacionalismo económico -contrarios a los acuerdos de libre comercio y temerosos de la globalización- y se oponen a las políticas de acogida de inmigrantes.
Más allá de buscar detener la nominación de Trump (lo que tratan de hacer impulsando a Cruz y Rubio, para evitar que llegue a la convención con el número mágico de 1.213 delegados), los líderes republicanos debieran preocuparse de resolver la crisis de identidad que existe en el partido, algo que se refleja en la contradictoria diversidad de los candidatos. Pareciera haber una desorientación política de fondo sobre el "proyecto" que ofrece el GOP, una mala lectura de las necesidades, temores o expectativas de los electores, una confusión de lo que Estados Unidos necesita para salir de la parálisis política que dejan siete años del gobierno de Obama, en los que los republicanos han sido una oposición más obstruccionista que constructiva.
Dicen que se necesitan unos 15 o 20 años para que un país supere una crisis como la de 2008. ¿Cuánto tiempo se necesitará para reconstruir un partido que hoy parece hecho pedazos? Después de ver un vergonzoso debate entre Trump, Rubio y Cruz, un republicano se lamentaba: "El partido ha cometido un verdadero suicidio frente a las cámaras de televisión". Quizás todo este proceso de primarias republicanas sea un suicidio político, y se necesite mucha suerte y esfuerzo para que el GOP resucite después de una probable derrota en noviembre.