La tarde del miércoles Matías del Río era arrastrado por la bandada de periodistas, fotógrafos y camarógrafos que llevaba tras de sí Pablo Longueira, minutos antes de leer su renuncia a la UDI. El hombre ancla de la edición central de "24 horas" hacía malabares entre micrófonos y cables para lanzar preguntas que quedaban sin respuesta, mientras levantaba su teléfono inteligente que, con un lente especial adosado, transmitía en directo para su página web de fans. Del Río era todo en uno: rostro, reportero en terreno y camarógrafo. Era imposible no preguntarse ¿está tan mal Televisión Nacional?
El canal que ya cumplía un mes sin dirección ejecutiva titular, tras la renuncia de Carmen Gloria López que completó 18 meses de gestión en números rojos, y casi dos años desde el inicio de la administración de Ricardo Solari -nombrado por Bachelet- en la presidencia del Directorio, parecía enviar a través de la pantalla una señal más relacionada con la carestía que con lo que realmente era: un experimento de modernidad. Veinticuatro horas después llegaría una señal igual de confusa, pero a un nivel más institucional: el directorio había consensuado el nombre de Alicia Hidalgo, directora ejecutiva interina y gerente general nombrada hacía unos meses tras una carrera de años en el área comercial, como timonel en propiedad.
Más allá de que la ingeniera comercial tuvo poder de decisión relevante a lo largo de la actual crisis de la red pública, lo contradictorio de esta decisión del directorio es que a solo un mes de la crítica vacancia del máximo puesto ejecutivo se haya optado por dar una señal de continuidad. En vez de salir en la búsqueda de ejecutivos con visiones renovadoras, la apuesta fue dar tiraje a una chimenea que hace rato viene dando muestras de fractura, ahogo y extinción.
Nombres para el puesto circularon -se habló de ejecutivos con experiencia en empresa pública como Marcos Lima, Blas Tomic o Daniel Platovsky, pero solo se buscó consensuar el parecer de los directores en torno a hombres de televisión recientemente salidos de CHV -Pablo Morales y Jaime de Aguirre- y muy teñidos por sus simpatías políticas como para ser aceptados por los sillones de la facción rival.
Sin tener la capacidad de ceder ante sensibilidades políticas diversas y sin poseer un proyecto de empresa que encante a ejecutivos provenientes de otros giros, es evidente que el proceso de búsqueda de nuevo director ejecutivo estaba llamado a fracasar.
Decretar la continuidad -o, más eufemísticamente dicho, el cierre- del proceso que vive TVN es un fracaso más de este gobierno institucional marcado por la contradicción, superado por la confusión respecto de cómo navegar en la actual industria de la televisión.
La data de esa ambigüedad corporativa no es para nada reciente. No se remonta a las malas decisiones y errados diagnósticos que pudo hacer la administración que empezó con Bachelet. Su origen está incluso un gobierno atrás, cuando la mayoría de los directores hoy en ejercicio estaba en esos mismos puestos y cuando se permitió -u orilló- que las autoridades ejecutivas de turno dejaran partir a la competencia a los talentos ejecutivos y creativos. Ya entonces se demostraba la falta de visión sobre el funcionamiento -y valor- del giro empresarial que les tocaba supervigilar.
Esta semana, eso sí, la inercia se interrumpió; se produjo una renuncia al directorio de la estatal. El periodista Santiago Pavlovic dejó la representación de los trabajadores porque no fue atendida su propuesta de traer de vuelta al antiguo director de programación de TVN y ex hombre fuerte de CHV, Jaime de Aguirre Hoffa. Pavlovic, en representación de los trabajadores que permanecen en TVN tras el despido de 25% de la planta del canal, abogaba por instalar al frente de la televisión pública a quien por estos días tiene al Ministerio Público escarbando la contabilidad de su empresa privada (La Música) por facturas dadas a Soquimich. Señal desconcertante por igual.
Entonces, con directores que hace años permiten -o alimentan- acciones ejecutivas erradas y no actúan con celeridad, y con trabajadores dispuestos a teñir con el manto de la duda la reputación institucional, a quién le puede importar Televisión Nacional.
Alicia Hidalgo tiene por delante misiones mucho más urgentes que reencantar a los avisadores o al telespectador. TVN pronto recibirá el balance económico de 2015 y el impacto puede ser fatal. Desde esa alicaída posición, el canal pronto verá cómo en el Congreso se discute una nueva institucionalidad legal. Ojalá le importe a ella Televisión Nacional.