Un programa en do menor fue el que presentó el viernes, en el Teatro de la Universidad de Chile, la Orquesta Sinfónica de Chile dirigida por Martin Sieghart: el concierto N° 3 para piano de Beethoven y la Sinfonía N° 1 de Johannes Brahms.
La tonalidad de Do Menor siempre ha atraído la imaginación armónica de los compositores, desde piezas pianísticas, música de cámara, conciertos y sinfonías. El concierto N° 3, a pesar de no distar mucho tiempo de los conciertos 1 y 2, señala un gran vuelco hacia la etapa (por algunos llamada "heroica") en que el lenguaje propiamente beethoveniano se empieza a manifestar en plenitud. Desde los misteriosos compases iniciales del concierto, en que el solista fue el serbio Aleksandar Serdar, se pudo vaticinar que se escucharía una buena versión. La sonoridad de la orquesta fue de clásica belleza y una magnífica introducción al arte de Serdar.
Nadie podría negar que Serdar es un virtuoso. Su desempeño fue impecable y el piano fluyó con claridad meridiana: frases con pleno sentido, dinámicas sutiles, trinos perfectos, pasajes escalísticos transparentes. Tal vez se echó de menos un sonido más consistente, más "analítico", que calara más hondo en el discurso propio del concierto. Además, hubo cierto exceso en el peso de la mano izquierda que en ocasiones arrancó sonidos metálicos del instrumento.
El público reaccionó con enorme entusiasmo y Serdar prodigó dos encores: el "Grande Valse Brillante", opus 18, de Chopin, ejecutado con un
tempo increíble, con más técnica apabullante que contenido musical, y la delicada "Oriental", de Enrique Granados, en una versión fina y conmovedora.
La primera Sinfonía de Brahms, que demoró 14 años en escribirla, es un monumento desde la primera a la última nota. La fuerza de las ideas del primer movimiento pasan por encima de la belleza sonora, a la manera de Beethoven, y la orquestación de Brahms es, en ocasiones, crispante, lo que va dulcificándose en los tres movimientos restantes. La versión fue memorable, y no se sabría qué destacar más: la cohesión de la orquesta, los solos de oboe y clarinete, las intervenciones con el bello sonido del concertino Alberto Dourthé, el anuncio de los cornos que precede al maravilloso himno de las cuerdas en el último movimiento.
Ya habíamos escuchado al director Martin Sieghart, y en esa ocasión hicimos votos para que volviera a dirigir la Sinfónica. El deseo se cumplió y el público pudo disfrutar nuevamente del trabajo de un director sobresaliente, ejemplar y tan noble como la música que dirige.