¿Prefiere estar siempre más a menos informado? Depende. Considere el caso de los cada vez más populares exámenes genéticos. Hoy estos pueden reportar, por ejemplo, qué parte de su genotipo proviene de Europa, Asia o África; e incluso qué porcentaje de sus genes corresponde al de nuestros extintos parientes: los neandertales.

Si bien más de algún homo sapiens se ofenderá al saber de sus menos evolucionados orígenes (la mayoría de los humanos somos entre 2% y 4% neandertal), allí no recae la instintiva duda en torno a este tipo de exámenes. En particular, si estos le indicaran su probabilidad individual de desarrollar enfermedades graves (alzhéimer, párkinson o cáncer), ¿le gustaría conocer sus resultados? La literatura ha demostrado que la respuesta no es obvia. Es que el ser humano no siempre valora la información, sobre todo cuando esta es inconducente. ¿Para qué recibir una mala noticia si no se puede hacer nada al respecto? Eso explica que muchos prefieran evitarlas.

Pero todo cambia cuando uno cree que puede reaccionar a la información, modificando el curso de los eventos en beneficio propio. Entonces no importa cuán negativas sean las noticias: más es preferida a menos.

El instinto no es novedoso. Por de pronto, es ampliamente explotado en política. Sin embargo, en el contexto actual, me atrevo a afirmar que sus efectos son aún desconocidos: Si antes un político con buen manejo comunicacional le sacaba ventaja al resto, la combinación de la demanda humana por información y la inundación de las redes sociales lo puede hacer peligrosamente imbatible.

El caso del candidato a la presidencia de los Estados Unidos Donald Trump es ilustrativo. De la mano de la farándula, de las ofensas y polémicas, el platinado magnate se ha tomado los medios de comunicación, incluso lucrando con la violencia. Su presencia en las redes sociales es omnipotente. Es un showman . Sí, su mensaje es negativo -"el país se fregó"-, pero promete, sin detalles, hacerlo nuevamente grande. Y he allí precisamente su secreto. No solo informa de supuestos cánceres sociales, sino también ofrece esperanza. Por eso, a pesar de la ausencia total de contenido, vende como ninguno.

Algunos plantean que son los medios de comunicación los culpables de su rápido ascenso, que es necesario bajar el volumen de su mensaje. Estoy en desacuerdo. Desinformar no es la solución. Trump es una nueva especie diseñada para hacer campaña en 140 caracteres, y como él, vendrán muchos más. Por eso la apuesta es otra: evolucionar a políticos serios, que primero enfrenten los temas, asuman los contenidos que preocupan a la ciudadanía, respondan preguntas, y luego se posicionen en las redes sociales (el orden inverso es el escalofriante). Ojalá podamos verlos en las próximas elecciones en Chile. ¿Y si no aparecen? Bueno, piense en el pobre neandertal que lleva dentro y lo que nos espera.