Enrique Lihn se había fijado en lo que podría llamarse el manierismo tonal de los poetas chilenos en las lecturas públicas de sus textos, actividad recurrente en los años setenta y ochenta. Tal manierismo consistía en un conjunto de inflexiones que le agregaban al poema -por malo que fuera- un reclamo de trascendencia, como si se tratara de las palabras de un hierofante.
Es una modalidad que sobrevive todavía en los poetas jóvenes, sobre todo en los poetas de carrera o de gremio. A veces escucho esa voz intermediada por un micrófono en algún evento literario y parece ser la misma que escuchaba hace treinta años. Había entonces pocas excepciones en el rubro de la recitación. Estaba Redolés, que chasconeaba el formato con gritos; Lira, que podía pasar del juego fonético a la imprecación angustiosa; el mismo Lihn, que utilizaba al leer en voz alta recursos tomados de la locución o del teatro.
Juan Luis Martínez no solía leer en público. Salía anunciado en los afiches de los recitales, pero no aparecía. Operaba por ausencia, como los fantasmas, y su estrategia era de tal modo efectiva que aún recuerdo con nitidez las presentaciones a las que Martínez no llegó. Mucho después conocimos las grabaciones de sus poemas que hizo en una radio de Viña o de Valparaíso: era una voz que procedía de algún más allá, a la que era imposible no ponerle oreja. Una voz para especular con las distancias, como hacemos al oír el eco de un piedrazo en las montañas.
Es curioso que la recitación haya tenido en algún momento una función social de primer rango, totalmente extinguida en nuestros días. Pedro Sienna y Alejandro Flores causaron conmoción hace cien años con los discos de sus poemas, grabados en 78 rpm. Berta Singerman llenó posteriormente el Teatro Municipal con un programa que solo consideraba dramatizaciones de poemas. Más tarde, entrados los sesenta, en las radios se escuchaban los poemas de Óscar Castro en la voz de Humberto Duvauchelle y con el fondo musical de Los Cuatro de Chile.
Una apreciación general sobre el tema: en la poesía es fundamental lo que se ha denominado "música interna", que es la compleja determinación que ejercen los elementos rítmicos, acústicos, grafemáticos. El poema parece surgir "desde dentro", de ahí que solo excepcionalmente pueda ser la letra de una canción o el libreto de una puesta en escena. Atender al rumor profundo del poema equivale a mantener viva "la llama del enigma". Si bien
La tierra baldía está cruzada de "voces dramáticas", es la voz monótona de Eliot la vía más adecuada para sacar el texto del silencio de la página impresa. Cuando esta maravilla ha sido tomada por actores -grandes actores ingleses- uno siente que la poesía se merma dando lugar a una melcocha de propósitos.