Evo Morales dejó de ser invencible hace un par de semanas. Ahora su probidad está en duda. Soberbio, como muchos que posan de superioridad moral, no quiere rendir cuentas por oscuros episodios que lo rodean.
Mesiánico y victorioso en sucesivas elecciones, Evo creyó que podía ser reelegido indefinidamente. Convocó a un plebiscito y fue vencido. Arrogante, menospreció la derrota como otra batalla de una guerra sin fin que pretende ganar: imponer definitivamente su propia versión del socialismo en Bolivia. Atribuyó su fiasco a una campaña sucia de sus adversarios, internos y externos. Evolandia es su mundo. Lo domina soportando paranoicas conspiraciones para desprestigiarlo, asesinarlo, envenenarlo, expulsarlo del poder y sabotearlo. Evo no reconoce errores, siempre es víctima.
Está envuelto en un tráfico de influencias en obras públicas por centenares de millones de dólares, asignados sin licitación a una empresa estatal china. La representante de la compañía contratista fue pareja del Presidente y madre de un hijo, supuestamente fallecido hace cerca de una década, a siete meses del nacimiento. La familia de la madre dice que el niño estaría vivo.
Evo reconoció el romance y la paternidad. Mintió negando relaciones recientes con la ejecutiva. Fotografías actuales desmienten el término de la relación. Al igual que el ministro de la Presidencia, declaró desconocer los negocios que se desarrollaban desde ese ministerio, en la oficina antes ocupada por la Primera Dama de Bolivia.
A Morales se le exige un estándar superior de cuidado, por su cargo y por sus incoherentes moralinas con las que descalifica a sus adversarios. Son conocidas las incontinencias verbales del mandatario y es sabido que en Bolivia no hay decisiones gubernamentales sin la anuencia del Presidente.
Evo se ha distanciado del escándalo y dejado operar la maquinaria. Hasta ahora la responsabilidad solo se le imputa a la ex pareja presidencial, con la complicidad de la jefa de las organizaciones sociales dependientes de la Presidencia. Apelando a teorías conspirativas, al periodista denunciante del tráfico de influencias se lo pretende vincular con la Embajada de Estados Unidos y con el narcotráfico.
Nuevamente Evo quiere aparecer como víctima, pero ya no es invencible en las urnas ni puede presumir de ser un ejemplo de probidad y no podrá calificar livianamente de corruptos a sus opositores.
Según se descontrole el escándalo, renovará sus maniobras distractoras, probablemente, instrumentalizando las relaciones con Chile, la reclamación marítima y las falsas denuncias de obstrucción al libre tránsito al Pacífico y sobre el uso impropio de las aguas del Lauca y del Silala.
Hernán Felipe Errázuriz