Colo Colo no quiere que los hinchas de Universidad Católica vayan al estadio Monumental. El club se sustenta en una de las tantas normas que contempla las bases del torneo y se aprovecha de una sanción que le impide vender entradas en sectores de las galerías, que le reduce la posibilidad para que más adeptos asistan al recinto. Decisión soberana de Blanco y Negro, pero propia de un dueño de casa poco amistoso y mezquino más que de un anfitrión amable e indulgente. Y que además se confunde con una externalidad positiva por la disminución del riesgo de incidentes entre barristas y una variable deportiva favorable, pues el rival no tendrá el apoyo de los suyos.
Por supuesto que la determinación de la concesionaria alba podría originar una tendencia a la segregación que entre los cruzados tampoco sería muy novedosa. Ya por lo menos una vez no dejaron que los barristas colocolinos se aproximaran a San Carlos de Apoquindo, argumentando que no podían responder por los eventuales desórdenes que estos dejaran en las inmediaciones del estadio. En otras palabras, hicieron propio el temor de los vecinos y deslindaron así sus responsabilidades como organizadores de un partido.
Como tantas discusiones protagonizadas por dirigentes de clubes, la calidad del debate ha sido pobretona, pero reveladora de las causas basales de la determinación. "Que tú no me pediste entradas para mis hinchas, que tú no me llamaste para ofrecerlas, que tú la vez pasada me diste muy pocas, que la próxima vez que vayas a mi estadio voy a ver si te paso...".
La gran preocupación de Blanco y Negro y de Cruzados ha sido por la forma, y no por las implicancias de fondo de la decisión: transformar los estadios en bunkers inexpugnables para quienes no forman parte de la tribu. En lugar de dar garantías para que el Monumental acoja con seguridad a los hinchas visitantes, su directiva les cierra las puertas ocultando que es por una acción vengativa y un principio discriminatorio. Lo que interesa es ganar el gallito.
Es extraordinariamente inquietante lo que sucede con nuestros dirigentes del fútbol, en especial con quienes deberían dar el mejor ejemplo como son los representantes de los clubes grandes. Cada día parece que se empeñan más en que la gente común no vaya al estadio o que la experiencia de asistir a un partido no sea entendida como un placer recreativo, sino que como un acto poco menos que temerario. (No consideremos a la autoridad de Estadio Seguro, que debe ser la más feliz con este descriterio de Colo Colo, ya que se aminoran las posibilidades de vandalismo y de posteriores críticas por una mala gestión). ¿Pero qué pasa con la plana directiva de la ANFP? ¿Tan poco les importa que ni siquiera se cuestionan medidas abiertamente discriminatorias solo porque se ajustan a un reglamento que protege la ineficiencia de los clubes en materia de seguridad? ¿Qué más tiene que pasar para que alguien con autoridad llame a la sensatez? Este fútbol enfermo no parece tener cura.