La alegría no es la risa. Es una emoción que se vive en el presente, en el aquí y el ahora. Y viene del mundo, de los estímulos que recibimos y atesoramos. Y es aquí que vale la pena detenerse. En este acto, mal visto, de atesorar.
La alegría se guarda para asegurar que la sonrisa no se apague. Es como una cuenta de ahorro, diríamos en estos tiempos. Pero la diferencia es que está ligada a la libertad.
Parece contradictorio que atesorar nos haga libres. Pero la alegría es una excepción.
Porque, nos guste o no, la vida es difícil. Y tenemos que tener claro que así es. Sin contarnos cuentos. No solo es la vida difícil sino que no tenemos control sobre ella. Amanecemos cada mañana sin saber lo que nos depara el día. Por eso hay que tener ahorros.
La gracia de la alegría es que no requiere de grandes experiencias ni grandes eventos ni paraísos de felicidad. Viene de las pequeñas cosas cotidianas. A riesgo de la siutiquería más banal, tengo que decir que la alegría viene del calorcito del sol, de una rica golosina o comida, de una buena conversación, de una sonrisa regalada por otro, de la libertad de estar desocupada, del color verde, del canto de los pájaros, de una guagua que nos mira en el supermercado, del silencio, de la naturaleza, de las miles y miles de pequeñas experiencias cotidianas.
Por qué entonces nos cuesta tanto sentirnos alegres en medio de las penas de la vida. Porque a fuerza de correr no acumulamos las energías de las alegrías cotidianas. Porque ya no las vemos, porque estamos demasiado ocupados para reconocer su importancia. Y su gratuidad.
No está en oferta. O está siempre en oferta. Basta verla, robarla, tomarla, acapararla. Nada más. Y queda ahí, al acecho. Cuando la vida se pone dura, cuando la melancolía nos acecha, cuando el cansancio nos deja vacíos, habría que recurrir a la alegría. Y no es teoría, es experiencia, es verdad, es sencillo.
Cada uno debería tener a mano la llave que le permite abrir esa bodeguita de la alegría. Es una bodega "rasca", barata, sin adornos. Pero es para todos.
Vamos que se puede. Armemos la bodeguita, acaparemos alegría.