La discusión por el bombo es el resumen del absurdo.
Que la autoridad encargada de velar por la seguridad en los estadios esté preocupada de volver a permitir el ingreso del bombo a las graderías demuestra que anda muy extraviada y que la mayoría de sus determinaciones responden a un secundario criterio periférico, que se dispersa por las formas y no ataca el fondo del problema.
Que sean los dirigentes de los clubes los que respaldan la idea no debe sorprender. Un buen número de ellos, empezando por el presidente de Colo Colo, cree que de esa manera ganan popularidad, cercanía, simpatía, estima, cariño; los dueños de las concesionarias están convencidos de que flexibilizando las medidas se arriman a los meandros del poder del grupúsculo de líderes que la llevan. Demagogia gruesa, que apela a lo básico de sus interlocutores, que hoy van por el tambor y mañana por la orquesta completa, sin faltar en esta lista el bienintencionado que tiene la ingenua esperanza de que a través de esta licencia reglamentaria podría mejorar el comportamiento de los barristas. Craso error.
En lugar de apuntar a los verdaderos factores de la violencia en los recintos, que son claramente la asociación ilícita de delincuentes que concurren a los recintos y la interesada indiferencia de los clubes por adoptar medidas drásticas, quien debe generar las acciones pierde su tiempo en negociar que el bombo vuelva al estadio, que tenga su espacio delimitado, que se sepa quiénes serán los que van a ejecutar el primitivo retumbe, fetiche fundamental para satisfacer el espíritu de los barristas. No solo pierde el tiempo, hace el ridículo.
Para quienes van recurrentemente al fútbol, para quienes deben sufrir que los traten como animales en las puertas de acceso, para quienes deben soportar a los imbéciles que interrumpen los partidos escalando como primates o blandiendo lienzos, para quienes tienen que pagar las sanciones por los pecados ajenos, para quienes deben enfrentar a esas tropas de enajenados a la salida de los recintos, la importancia del bombo es cero, una insignificancia. El debate de la autoridad con los dirigentes por si entran o no con el condenado instrumento es una burla, un buen motivo para quedarse en la casa viendo los partidos por televisión.
Alguna vez Estadio Seguro y las autoridades competentes podrían dejar de sorprendernos, superarse a sí mismos y hacer un riguroso levantamiento con los hinchas y aficionados para saber lo que realmente necesitan y desearían los pocos que siguen creyendo que el fútbol en la cancha es un espectáculo atractivo. Así se dejan de imbecilidades como las del bombo y se dedican a gestionar algo constructivo.