Desde el paseo de los nobles por los jardines de palacio, a vista de la plebe, a la "gente" le ha fascinado contemplar a esta suerte de casta de seres bellos, que luego Hollywood -vía el cine- supo muy bien bautizar como estrellas, en un contexto mucho más democrático, claro está.
La gala de Viña -¡Qué sería del Festival sin ella!- congregó este año al "pueblo" desde las 7:00 de la mañana de ese día en la calle San Martín -con marejadas silbantes y todo- mientras que el rating del programa de CHV -que eso es- se elevó tranquilo sobre los 34 puntos y las redes ardían en comentarios y memes.
Hasta la madrugada del sábado, #LaGala2016 fue trending topic en Twitter, seguido por un derivado. Lejos, en tercer lugar, #UmbertoEco, fallecido ese día. Ayer, diarios y toda clase de programas de TV comentaron de la mañana a la noche cada minucia exhibida por los desfilantes.
Algunos periodistas e invitados de la municipalidad que no calificamos como material para la "alfombridad" entramos ese viernes en la noche tranquilamente por la puerta trasera del Casino, esto es, el Hotel del Mar. Aparte de estar parados (una, con tacos de al menos 10 cm) en un salón sin aire acondicionado ni sillas -pero buen cóctel y pantallas gigantes-, es esta, finalmente, una posición bastante cómoda. Tras pasar por aquel recorrido, y ya en el salón, una conocida actriz me comentó: "No doy más del estrés. Es que el año pasado me pelaron mucho por el vestido...".
¡Pobre de la que repita tenida! (Y una que saca del clóset lo que aún le cabe, ¡y ya está!).
La alfombra roja llegó a este rincón del mundo para quedarse y el que no lo entendió así se quedó sin evento, ya lo hemos visto.
Lo bueno de esta nueva "aristocracia" creada por la tele es que es tan poco aristocrática que esos espectadores que miran y sacan fotos tras las vallas papales saben que algún día podrían estar ahí.
Esto es meritocrático, televisivamente hablando (y aspiracional): para llegar allí no se necesita haber cursado hasta 4º medio ni menos haber rendido la PSU; tampoco es obstáculo haber sido inscrito en el Registro Civil con el nombre más curioso del mundo.
En las primeras alfombras rojas de Viña había un poco de todo: como por ejemplo la argentina Luciana Salazar, invitada por el concejal Celis, que sobre poco más de metro 50 de estatura portaba unos 400 cc de silicona a cada lado del escote -gasto que amortizaba mostrándolo casi en su totalidad-, ataviada con una suerte de baby doll rosado a la altura del muslo. Citando al pesado de Richard Burton, a Luciana le venía la descripción que el actor hiciera de su mujer, Liz Taylor, en una entrevista: "Es como una cómoda con el primer cajón abierto" (ya saben, se divorciaron, se volvieron a casar y todo eso).
Quizás a ella le debemos la posterior preocupación de los organizadores de ocuparse de la variable "elegancia".
Así apareció, por ejemplo, por la alfombra roja de Viña la encarnación misma de la fineza: Carola Parsons. O Mary Rose MacGill. Y también hubo que convocar a Cecilia Bolocco que con aquel vestido transparente no mostraba nada. Nada de nada (flacura mediante). Elegante y sexy en una síntesis perfecta.
Cierto que Marlen Olivari (antes de quitarse los 500 cc que se había implantado) seguía a todo escote y tajo. Kenita Larraín tampoco lo hacía mal.
Mirando el "escotismo" del viernes, se puede concluir que la gala de Viña está como nuestro país: en una crisis de crecimiento.
Sucede que mientras Marlen y ¡La Luli! aprendieron y llegaron con elegantes vestidos sin escote (al menos delantero), la más internacional de nuestras modelos, Carola Parsons, se apareció con una delantera a tajo abierto y con una de las tiras o huinchas de su vestido amenazando con rebelarse (y revelar). Francisca Merino, La Jueza y hasta Tamara Acosta también se apuntaron al escotismo (con todo en orden, eso sí). Y Kenita, embarazada, totalmente cubierta.
Abundaron tajos -en la pierna, la cintura, los brazos-, vuelos, encajes, a veces todo a la vez.
O sea, hay que volver a poner orden: los escotes son muy lindos siempre que una no termine pareciendo mascarón de proa. Y si una naturaleza mezquina no ha sido corregida con silicona, tampoco hay que abusar. Quizás este sea el caso en que menos puede ser más. Renata Ruiz llegó con un escote hasta el ombligo, pero nada se asomaba por parte alguna.
Esto no tiene ninguna importancia. Y esa es la importancia que tiene.
La frivolidad es la culminación de la civilización y es el descanso en la batalla, incluso en las menos épicas (¿Qué lee usted cuando pasa por el suplicio de ir al dentista?).
Para que no duela nada, durante un rato nos acercamos a Hollywood y suspendemos la ira, la incertidumbre, la frustración. Somos un festival.