Critilo se horroriza ante la labor de algunos parlamentarios que, a costa de la desinformada plebe o de la desinteresada élite, abusan del dinero que se les paga. Creyendo representar opiniones, vocean tonterías o planean desaguisados. La mayoría, con suerte, son irrelevantes y sin interés.

Un senador presenta un proyecto prohibiendo recordar el imperio español y sus símbolos. Ya algún historiador se pregunta si esto es estulticia, ignorancia o grave confusión mental. Tal engendro tiene la curiosa intención de proteger algo que llama la soberanía nacional. Mejor estuviera guardada esta soberanía cuidando la inteligencia que, aunque escasa, todavía es un bien exportable.

El mentado proyecto, observa Critilo, hasta propone penas para quienes recuerden los nombres de los españoles que iniciaron la colonización, legaron el idioma y ofrecieron una religión. De todas estas cosas se puede tener opinión, quizá no siempre favorable. Pero prohibir su mención, castigar su recuerdo, penalizar su estudio es una apología de la intolerancia estúpida que algunos llaman patriotismo. Y en este caso, con doble o triple ignominia, desconociendo historia y sobre todo lenguaje, que es concepción de mundo.

La vergüenza ajena, como dicen en el campo, es un sentimiento muy penoso. Más si la produce nuestro propio dinero malgastado.

ANDRENIO