José Miguel Insulza ha sostenido que
"el ambiente que se ha creado en los últimos doce meses en este país es el más nocivo que recuerdo en mi vida política, con la obvia salvedad del período anterior al golpe militar de 1973".
¿Quién lo afirma? Un hombre que fue parte de la izquierda dura de hace 45 años, un hombre perfectamente habilitado para recordar con fidelidad las coordenadas fundamentales de aquella época y capacitado para analogarlas con las actuales.
Para formular su comparación, Insulza no se refirió a los durísimos años 1983, 1985 o 1988 -y habría podido hacerlo si de ambientes nocivos se trata-, sino que escogió el paralelo entre 1972-3 y 2015-6. La razón es muy sencilla: en ambos casos se trata de gobiernos encabezados por el Partido Socialista en los que hay una fuerte presencia del PC. Y aunque Insulza bien pudo haberse evitado esa comparación -porque el propósito de su texto era otro-, quiso terminar sus palabras abriendo discusión sobre un segundo tema, quizás más importante aún que el principal de su columna.
Tal vez lo movió el deseo de hacernos reflexionar sobre las causas últimas de ese ambiente nocivo. Y, lo haya previsto así o no, la primera que se presenta a nuestra consideración es el carácter pretotalitario que presentan los proyectos Allende y Bachelet.
¿Por qué se han generado en paralelo esos ambientes nocivos? Porque tanto bajo Allende como bajo Bachelet la izquierda ha intentado controlar la educación, transformar las instituciones políticas para monopolizar el poder, agrandar el Estado y sus clientelas, destruir las relaciones de producción propias de una economía libre, debilitar al máximo el derecho de propiedad, minimizar a las Fuerzas Armadas, promover o tolerar la violencia de grupos afines y privar a la sociedad chilena de sus raíces y comportamientos cristianos (y si en este último punto no hay simetría posible, es porque la coalición pro-Bachelet ha ido mucho más lejos que Allende).
Pero para que un ambiente sea efectivamente nocivo, es probable que Insulza esté pensando que no basta la siembra del odio que pueda hacerse desde el poder. Seguramente estima que ha de colaborarse efectivamente desde la oposición. Y en este punto -ojalá pueda aclararlo- es probable que no haya acuerdo posible entre el análisis de Insulza y las miradas opositoras a Allende.
Desde la óptica de izquierda, la reacción opositora del 72-3 -gremios, Iglesia, universitarios, mujeres, partidos, empresariado y, finalmente, Fuerzas Armadas- será siempre considerada un factor que contribuyó al ambiente nocivo de esos años, mientras que desde esa misma oposición se estima esa reacción como una actitud imprescindible de rechazo al proyecto allendista y, por lo tanto, como un gran beneficio.
El punto tiene hoy una gran importancia.
Si la tesis implícita de Insulza logra instalarse -ambas partes contribuyeron por igual a un ambiente nocivo el 72-3-, todas las fuerzas ciudadanas que rechazan muy mayoritariamente el proyecto bacheletista se sentirán frenadas, casi cohibidas, para enfrentarlo con la decisión que exige el momento lamentable que se vive. No vaya a ser que se las acuse de contribuir a la contaminación del ambiente.
¿Y no es justamente eso lo que ha aguado tantas acciones opositoras que debieron tener otra fuerza, otra persistencia en el tiempo, otra claridad conceptual, otra determinación? ¿No ha habido acaso en los gremios educacionales, productivos o regionales, en los partidos políticos opositores, en porciones de juventud universitaria sana, en líderes morales y religiosos, frente a tantas materias fuertemente disputadas, una partida de caballo inglés y una llegada de burro chileno?