El amor es disciplina y sentimientos. No es solo sentir mariposas en la guata o derretirse ante la belleza de un recién nacido. Querer en el tiempo y a pesar de todo es el verdadero amor. Querer cuando los hijos se equivocan, cuando son duros y ausentes, querer cuando el marido está insoportable; eso es amor. Y para ello se requiere disciplina.
Cuando somos niños chicos, nos fundimos con el mundo. Somos uno con lo que nos rodea, y esa sensación da tal vez impotencia pero hace desaparecer la soledad. Enamorarse es lo mismo. Es un acto regresivo, como volver a ser niños. Desaparecen los límites. El mundo y yo somos lo mismo. El otro y yo somos lo mismo. Los límites de la vida adulta se desvanecen, y de nuevo, la soledad se acaba. Es un milagro.
Pero los milagros duran poco y las relaciones verdaderas duran mucho. Y muy luego después del enamoramiento aparecen las diferencias. Con los hijos, porque no son lo que soñamos. Con los amores, porque son lo que fueron. La verdad es que la verdadera razón es que queremos fundirnos de nuevo, reproducir esa relación en la que éramos uno solo, con el hombre amado y con la guagua adorada.
Una de las razones más importantes de los estudios de resiliencia en el mundo se relaciona con la preocupación de que los adultos están agobiados con la realidad y quisieran por un momento ser con otro, no ser solo ellos, a cargo de sí mismos y de tantas, tantas tareas cotidianas que la vida les exige.
Es ahí donde la voluntad y la disciplina juegan un rol importante. No hablamos de disciplina en el sentido militar de la palabra. Hablamos de la disciplina que nace de ser adulto y saber que la vida es difícil y que volver a la simbiosis del niño es una tentación, pero es también una pérdida de libertad. Sentir, saber, que mucho depende de mí, da miedo pero a la vez da fuerza. Esa es la disciplina que requiere el amor. La de la libertad. La de ejercer el control sobre la capacidad de pararnos si nos caemos.
Es cierto que da miedo constatar que tanto depende de nosotros. dan ganas de volver a ser dependiente e irresponsable. Es una buena cosa reconocer esas ganas. Ayuda también la disciplina de sentir que las fantasías son necesarias pero son eso... fantasías. Y ser adulto y amar es una responsabilidad... bastante exquisita por lo demás. Y no depende enteramente de otro como cuando fuimos niños. Depende también de mí.
Habría que poner en movimiento la misma musculatura que usamos cuando el amor era fácil, venía solo. Y ese acto voluntario nos devuelve, si no la fusión de antaño, un exquisito sentimiento de que el amor es también disciplina y que, cuando caemos en el desamor, podemos levantarnos.