"La sociedad y lo imposible. Los límites imaginarios de la realidad". Este es el título del libro más reciente del sociólogo peruano-francés Danilo Martuccelli. Las sociedades, dice el autor, haciendo gala de una erudición y una ambición impresionantes, requieren de la creencia de que el mundo tiene límites insuperables, ante los cuales los deseos humanos son vanos. Este recurso produce seguridad física y, al mismo tiempo, evacua acciones que podrían resultar disruptivas para el orden social. La invocación a "lo que se puede" y a "lo que no se puede" es un tribunal sin apelación.
Ahora bien, la definición de los límites del mundo -lo que el autor denomina "regímenes de realidad"- es el fruto de una elaboración cultural y simbólica. En la historia de la humanidad, señala, estos han sido tres: el religioso, el político y el económico, cada uno con su figura emblemática: Dios, el Rey y el Dinero; cada uno fundado en un temor atávico: el infierno, la violencia y, en el económico, la escasez.
Vivimos, huelga decirlo, en el "régimen de realidad económica", que partió cuando la economía desplazó a la política como fundamento de realidad, del mismo modo como antes esta había desplazado a la religión; cuando la sociedad dejó de actuar por la voluntad del soberano o por un designio divino, y lo hizo por medio de un sistema impersonal de producción de riqueza. Este tránsito trajo consigo que la disciplina económica -que en la Grecia antigua fue una función de esclavos- se transformara en la encargada de fijar la demarcación entre lo posible y lo imposible, ejerciendo una función semejante a la que cumplió la teología en el régimen religioso, o la filosofía en el régimen político.
Erguida como la gran disciplina científica de los nuevos tiempos, la economía ofreció una visión de la sociedad como una máquina que responde a una física social, no como un proyecto histórico que responde a la conciencia humana. Adam Smith habla de un orden natural y espontáneo que nace armoniosamente del desorden y de la competencia, con una "mano invisible" que se vuelve la versión laica de la providencia. Marx alude a la infraestructura económica como una realidad autónoma que determina la conciencia, las instituciones y las ideas políticas y religiosas, e incluso los problemas que los hombres pueden resolver. Para ambos, el ser humano está sometido a fuerzas impersonales, a leyes inexorables y universales, que se aplican a cualquier escala.
De aquí nace, dice Martuccelli, el atractivo de la economía. Ella presenta la realidad social como algo sometido a regularidades invariables, similares a las que la física descubriera para el mundo natural, a las que se accede, igual que en su caso, mediante la deducción y el análisis cuantitativo. Es lo que le permite formular las cuestiones de la sociedad como asuntos sometidos a causalidades independientes de toda representación moral o ideal del mundo, y sostener sin sonrojarse que si las sociedades no se pliegan a las reglas del pensamiento económico (a "la realidad"), hay que transformarlas para que se adecuen a ellas.
Ese mundo, afirma Martuccelli, el mundo de Smith y de Marx, de los neoliberales y de los socialdemócratas, estaría llegando a su fin.
La hegemonía de los economistas se basó en el principio de que el crecimiento es el camino para mitigar la amenaza de la escasez. Ahora, sin embargo, el temor a la escasez ha sido sustituido por el miedo a la abundancia -y a lo que esta lleva consigo: la destrucción del planeta-, con lo cual el bienestar se desacopla del crecimiento. Con este desplazamiento, ya no son la economía y los economistas quienes determinan el horizonte de lo posible, sino la naturaleza y los ecologistas. Aunque ahora, en la era del antropocen o , tal horizonte deja de ser un asunto exterior a los hombres, y pasa a ser un límite que tendrán que fijar ellos mismos. Así lo sugieren los acuerdos sobre cambio climático alcanzados en la COP 21, donde la política ha vuelto a tomar el control sobre la realidad.
Ya no son la economía y los economistas quienes determinan el horizonte de lo posible, sino la naturaleza y los ecologistas.