Oportuno el encuentro entre el Papa Francisco y el Patriarca Kirill de Moscú, y también, que lo suscitara el sufrimiento de los cristianos en Medio Oriente. Rusia y Occidente tienen un interés común allí: el de combatir el jihad , una amenaza para los rusos dada su cuantiosa población musulmana. En Occidente no siempre se entiende este interés común, porque sus cancillerías se quedaron varadas en la Guerra Fría. Por eso, todo lo que acerque posiciones es positivo.
El encuentro me ha despertado memorias de cuando de estudiante vivía con una familia rusa exiliada en París; memorias que creo haber evocado en alguna columna pasada, por lo que pido disculpas si me repito. Con infinita paciencia, los rusos me enseñaban su idioma, y me llevaban a misa a su iglesia en la Rue Daru. Como católico, no podían no interesarme las sutiles diferencias que había con la religión ortodoxa. Diferencias que desembocaron en el cisma de 1054, cuando el Cardenal Humbert, emisario del Papa León IX, colocó una bula de excomunión en el altar de Santa Sofía en Constantinopla, provocando esa desafortunada "pérdida de unidad" a la que se refieren Francisco y Kirill en su declaración conjunta. Casi mil años más tarde, el Papa y el Patriarca la atribuyen, no a asuntos de alta teología, sino a nada menos que "la debilidad y la pecaminosidad humana".
Había en 1054 dos -solo dos- puntos en disputa: el estatus del Papa, y la procedencia del Espíritu Santo. El primero era tal vez el más importante, porque tenía que ver con cuestiones de poder. ¿El Papa tiene supremacía sobre los otros prelados de la Iglesia, o solo primacía? No ha de sorprender que Roma sostenía lo primero y Constantinopla lo segundo. En cuanto a la procedencia del Espíritu Santo, el Credo aprobado en el Concilio de Nicea de 325 afirma que procede del Padre. En Occidente, a partir del siglo VII, se le fue agregando una palabra más: el aciago filioque , que significa "y del Hijo". El tema importaba no solo por razones cristológicas (en Occidente querían combatir el arrianismo, que menoscababa la divinidad de Cristo, y en Oriente el diteísmo, al que, según ellos, apuntaba el filioque ), sino porque para Constantinopla era inadmisible alterar las decisiones de un Concilio Ecuménico sin convocar a otro, por lo que el cambio era un acto rupturista, de "fratricidio moral". Terrible ironía: ¡la bula del Cardenal Humbert los acusaba de haber ellos eliminado el filioque!
Con los rusos en París supe de otras diferencias, menos de teología dura que de espíritu religioso. Para los ortodoxos no era obligatorio ir a misa. Su iglesia les permitía el divorcio y de allí un segundo o tercer (pero no cuarto) matrimonio, sin tener que pretender que el anterior no existiera: el fundamento está en Mateo XIX, 9. Por otro lado sus párrocos podían estar casados. Eso me parecía sorprendente, hasta que supe, años después, que Roma sí permite que estén casados párrocos católicos de rito oriental. Por último, en Oriente no hubo escolástica y no hubo Reforma o Contrarreforma. El resultado es una iglesia menos racional, menos sistematizada y tal vez en consecuencia más mística y más libre. Eso me parecía muy atractivo, sobre todo cuando después leí novelas de Dostoievski en que se postula que no puede haber amor a Dios -o al prójimo- que no proceda de una libertad que el catolicismo dogmático habría coartado. Claro que también conocía los defectos de la Iglesia Rusa: su nacionalismo, y su complicidad con el autoritarismo, sea de un Tsar o de un Putin.
Curioso decir que el Papa y el Patriarca "no se habían reunido desde 1054", como si se hubieran reunido antes. En 1054, el Patriarcado de Moscú no existía: la recién nacida Iglesia Rusa tenía su sede en Kiev.