Las ciudades están teniendo una influencia creciente en el desarrollo de los países. Según una publicación reciente de la OCDE, la urbanización en el mundo está avanzando más rápido que en cualquier otra época de la historia porque permite una mejor calidad de vida, aporta a la productividad e innovación de las economías, y facilita la gestión de las externalidades negativas en el medio ambiente. Por esta razón los gobiernos alrededor del mundo están poniendo su atención en los procesos que generan círculos virtuosos de competitividad en las ciudades. Se trata de un tema poco explorado en Chile, pero que en el Año de la Productividad debemos revisar para promover una descentralización inteligente.
Hay muchos beneficios económicos de la aglomeración de las actividades productivas. Los más tradicionales son la división del trabajo, la competencia en los mercados, la disponibilidad de bienes públicos, la especialización y la diversificación sectorial de la producción, todo lo cual tiene un efecto positivo en los ingresos de los trabajadores.
Pero los efectos más importantes vienen de la circulación de las ideas, por lo que las ciudades competitivas son centros de innovación, emprendimiento, movilidad social, creación artística y desarrollo científico. El contacto cara a cara es insustituible en la transmisión de las ideas de una persona a otra, con consecuencias positivas para la productividad.
En 2009 la OCDE realizó una revisión del desarrollo territorial de Chile, concluyendo que el país estaba desaprovechando el aporte de las ciudades al crecimiento. En este reporte se identificaron 26 ciudades con alta densidad urbana y con más de 50 mil habitantes (22 de las cuales tienen más de 100 mil habitantes). Estas unidades urbanas concentran cerca del 77% de la población y generan más del 84% del producto interno del país.
Mejorar la competitividad de las ciudades requiere de dos giros fundamentales: adoptar un enfoque sistémico en las políticas de desarrollo productivo y fortalecer la coordinación en la gobernanza local.
Respecto del primero de estos giros, las políticas públicas en Chile están organizadas por áreas funcionales, cada una de las cuales atiende a una parte de la realidad. Esta fragmentación disminuye la efectividad de las políticas, porque anula las interacciones virtuosas que se producen entre distintos ámbitos de la vida económica, social y política. Esta dificultad tiene un efecto ampliado en el nivel local.
Por ejemplo, la solución tradicional para promover el emprendimiento es generar instrumentos de apoyo directo, como incubadoras de negocios, financiamiento y capital semilla. El enfoque sistémico, en cambio, agrega a lo anterior la movilización de múltiples actores, como las autoridades locales, que tienen muchas oportunidades para apoyar el emprendimiento en su gestión; los directores de establecimientos educacionales, que pueden introducir el emprendimiento a la sala de clases, y las empresas privadas, que pueden orientar sus acciones de responsabilidad social hacia aquellas materias que la comunidad efectivamente valora. El resultado es un ecosistema que incentiva el emprendimiento con una efectividad que de otro modo es muy difícil de lograr. La Fundación Kauffman, dedicada al estudio de estas materias, ha señalado que los ecosistemas que favorecen el emprendimiento dependen menos de que existan instrumentos de apoyo directo y más del entorno general al que concurren las autoridades políticas, los educadores, las universidades y las empresas.
Otra consecuencia del enfoque sistémico de la competitividad de las ciudades es que lo que funciona en un lugar normalmente no es lo apropiado en otro. Pero esta verdad se olvida si los organismos centralizados diseñan las acciones de política sin considerar las realidades locales. Las estrategias de cada ciudad para promover la competitividad en su territorio son únicas, adquieren identidad a partir de una historia y una cultura específica, necesitan un sentido de pertenencia a la comunidad que la asume como propia, lo que no se logra con programas diseñados desde el nivel central.
El segundo giro, vinculado al anterior, es generar una gobernanza para este enfoque sistémico, en la que la coordinación de los actores es fundamental. Como señala Elinor Ostrom, que obtuvo el Premio Nobel de Economía en 2009 por su análisis de la gobernanza económica, en el caso de las ciudades conviven necesariamente muchos centros de decisión y es imposible aplicar un enfoque centralizado (jerárquico) por la especificidad de las materias que se deben resolver. Por esta razón propone trabajar en un modelo de gobernanza policéntrico.
La gobernanza de las ciudades en Chile se caracteriza por la fragmentación sectorial y territorial de las responsabilidades y por la ausencia de mecanismos de coordinación efectivos. En un estudio de la OCDE se encuentra que la fragmentación de la autoridad local está correlacionada con menores niveles de productividad laboral, y que este efecto se reduce cuando existe coordinación.
Un modelo de gobernanza policéntrico debe incorporar a los diversos actores a las instancias de coordinación para el desarrollo económico de la ciudad, instalando la transversalidad política y el compromiso de la comunidad con el proyecto común.
En síntesis, en el Año de la Productividad se debe avanzar hacia un nuevo enfoque para la gestión de la economía de las ciudades. Para lograrlo es necesario adoptar un enfoque sistémico de la competitividad a nivel local y aplicar una gobernanza policéntrica, que se apoye en una efectiva coordinación de los actores relevantes.