Temo que en su
nota de ayer el obispo Chomali -pese a su notable esfuerzo por hacer valer razones en el tema del aborto- incurre en algunas confusiones conceptuales que puede ser útil despejar.
En primer lugar, el obispo insiste en que el proyecto en actual tramitación, y el debate que lo acompaña, es relativo al aborto libre. No es así. Se entiende por aborto libre el que se funda en la total soberanía de la mujer sobre su embarazo, el que entonces, y al margen de cualquier circunstancia, quedaría a su entera disposición. No es eso lo que el proyecto establece. El proyecto describe tres situaciones (embarazo de un feto inviable, peligro inminente para la vida de la madre, embarazo que es fruto de una violación) cuya configuración no depende de la mujer. Ella, en cada uno de esos tres casos, es una víctima (de la naturaleza o de la violencia sexual) y no una soberana de sí misma.
En segundo lugar, lo que se debate entonces -en esos tres casos, no en todos, no en cualquier circunstancia- es si la decisión de mantener el embarazo le pertenece al Estado o a la mujer que ha sido castigada por la naturaleza o por la violencia sexual. El obispo Chomali sugiere que esa decisión debe pertenecer al Estado. A mí me parece, en cambio, que ella debe estar entregada a la mujer. ¿Cómo podría obligarse a una mujer cuya vida está en peligro a sacrificarse por la vida del feto? Si la mujer decide hacerlo, no cabe duda que se trata de un acto heroico; pero nadie debe estar jurídicamente obligado -es decir, con amenaza de la coacción estatal- a ejecutar actos heroicos.
En tercer lugar, el obispo Chomali afirma que lo heroico es a veces moralmente obligatorio. Me parece que hay ahí una seria confusión: ¡ser un héroe nunca ha sido una obligación moral! Una breve revisión de la tradición ayuda a comprender este problema. "Si quieres ser perfecto -dijo Jesús-, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme". Pero, como es obvio, hacer eso no era obligatorio (Mateo, 19, 16-24). De ahí que Santo Tomás sugiera distinguir entre preceptos (aquello que es moralmente obligatorio) y consejos (aquello que es bueno, pero que está entregado a la decisión del agente, como, sugiero, ocurriría en una elección trágica como la que el proyecto describe). Podríamos aceptar, por hipótesis, que mantener el embarazo fruto de una violación es bueno; pero de ahí no se sigue que el Estado deba imponerlo. Si no todo precepto moral debe ser jurídicamente sancionado, menos deberá serlo un consejo. Así, mantener en esas condiciones el embarazo puede ser un consejo, pero no un precepto. ¿Por qué? Porque las condiciones son tan gravosas (la mujer ha sido usada como una cosa y violentada) que exigírselo equivaldría a exigirle un acto que no tenemos derecho a pedirnos recíprocamente (como no tenemos derecho a pedirnos recíprocamente órganos o a mantener personas en situación de calle en la propia casa, etcétera, todos actos buenos, pero no obligatorios).
El obispo reacciona también acerca de la fundamentación ideológica del proyecto. Y tiene todo el derecho de hacerlo. Pero en una sociedad democrática tenemos que hacer esfuerzos por tener reglas comunes sin abdicar de las creencias propias. Y a mí me parece -fue el sentido de mi columna "Aborto: ni santas ni heroínas"- que la distinción católica entre lo bueno y lo obligatorio puede ser una zona común en la que todos puedan converger.
Carlos Peña