En mi columna anterior me referí al sombrío panorama externo de las economías emergentes, especialmente de los países exportadores de materias primas. Desde entonces, este panorama se ha tornado más difícil, a la luz de los recientes desarrollos en China: continúa la incertidumbre sobre su política cambiaria, la salud de su sistema financiero, el verdadero crecimiento de su economía y su potencial de crecimiento a futuro.
A esto se suman caídas adicionales en los precios de materias primas, las nuevas y mayores turbulencias en los mercados financieros globales, la pronunciada caída en el apetito por riesgo de los inversionistas internacionales (con el consiguiente aumento en la prima por riesgo de los países emergentes y caídas significativas en las bolsas mundiales), el aumento en la incertidumbre sobre la solidez de las bancas italiana y alemana (la primera con una cartera vencida del 18% de las colocaciones) y la pérdida de dinamismo de los países desarrollados, especialmente Estados Unidos y la zona euro.
Los efectos en los mercados emergentes ya se dejan sentir, con una contracción crediticia en los países emergentes, gatillada por la caída en los precios de las materias primas y el inicio de la normalización monetaria de la Fed, que se encuentra en pleno desarrollo, de acuerdo a un reciente estudio del Instituto de Finanzas Internacionales. Esta contracción ha llevado a un aumento en el costo del financiamiento externo de estos países y a una salida de capitales de 735 mil millones de dólares en 2015, siendo la primera salida de capitales del mundo emergente desde 1998; esto es, desde los turbulentos años de las crisis asiática, rusa, turca, e incluso la Gran Crisis Financiera internacional del 2008-2009.
Esta salida de capitales ha continuado, incluso, con más fuerza en enero de este año, con una salida de capitales de 110 mil millones de dólares solo desde China. Como resultado, el deterioro adicional en las condiciones financieras externas de las economías emergentes en general, y de las economías exportadoras de materias primas en particular, reduce aún más las perspectivas de crecimiento. Simultáneamente se incrementa el riesgo de una mayor desaceleración de la economía mundial, al igual que una aún mayor contracción crediticia para los países emergentes y en desarrollo. De hecho, este era uno de los principales riesgos que enfrentaban las proyecciones de crecimiento de la economía mundial dos meses atrás.
Desafortunadamente, hoy nos enfrentamos justamente a ese negativo escenario. Los países más expuestos a una profundización de este apretón crediticio son los que no actuaron de manera prudente durante el período de bonanza de precios de materias primas y de fácil acceso a financiamiento externo, y aquellas economías que han enfrentado un mayor deterioro en sus términos de intercambio o cuyos principales socios comerciales se han desacelerado con fuerza. El efecto de primer orden de estas fuerzas es un importante deterioro en las perspectivas de crecimiento de estos países, lo que afecta aún más su situación financiera.
La desaceleración de los países avanzados es preocupante, por sus implicancias para el crecimiento mundial y de los países emergentes y en desarrollo, por lo que merece un análisis más profundo. En Estados Unidos, el bajo crecimiento se atribuye al menor dinamismo de los países emergentes, a la pronunciada apreciación del dólar -por su efecto negativo en las exportaciones netas-, y al ajuste en los programas de inversión y producción de su sector petrolero. Pero no todo es negativo en el país del norte, ya que el mercado laboral continúa mejorando, con una tasa de desempleo que bajó hasta 4,9% en enero, junto con la creación de 2,9 millones de puestos de trabajo no agrícolas en 2015 y de 150.000 en enero.
A esto se suma la mejora en los indicadores de salarios y en las condiciones generales del mercado laboral. Además, el consumo privado continúa creciendo, apoyado por los efectos de la caída en el precio de los combustibles y las mejoras en el mercado laboral; las ventas de automóviles lograron niveles récord, y el sector inmobiliario se mantiene dinámico. Con todo, no hay duda de que el reciente viento en contra le está pasando la cuenta a la economía de Estados Unidos, afectando tanto su crecimiento como sus expectativas de inflación. De hecho, el magro crecimiento del cuarto trimestre, unido al deterioro en los indicadores anticipados de actividad manufacturera y de servicios, es un reflejo de los efectos de los vientos en contra en la recuperación de Estados Unidos, mientras que las muy bajas expectativas de inflación del sector privado muestran que será muy difícil lograr el objetivo de llevar la inflación de tendencia al 2% anual. De hecho, en su testimonio al Congreso de esta semana, Janet Yellen, la presidenta de la Fed, reconoció explícitamente las dificultades que está experimentando la recuperación de la economía americana, a pesar de las mejoras en el mercado laboral y la robustez del consumo privado. La autoridad se mostró mucho más cauta sobre el curso futuro de la política monetaria de la Fed, aunque sigue pensando que bajo el escenario más probable, será necesario continuar con el proceso de normalización monetaria.
Al mismo tiempo, la recuperación de la zona euro está siendo afectada por la desaceleración de los países emergentes y las turbulencias financieras globales. La desaceleración del Reino Unido es producto de estos mismos factores, a lo que se suma el ajuste que está experimentando su mercado inmobiliario. Por su parte, Japón, que ha exhibido un pobre crecimiento en los últimos años, sufre ahora los efectos de la desaceleración de su principal socio comercial, China.
Frente a este escenario más negativo, los países emergentes tienen que seguir fortaleciendo su estabilidad macroeconómica, en particular ajustando su gasto público en concordancia con la merma en los ingresos públicos por la caída en los precios de largo plazo de las materias primas. Al mismo tiempo, es imperativo mantener la credibilidad de la política monetaria, para tenerla disponible como herramienta contracíclica cuando las circunstancias la requieran y, en paralelo, facilitar el ajuste de la economía desde los sectores productores de materias primas, cuya rentabilidad se ha reducido, hacia otros sectores exportables y sectores que sustituyen importaciones, incluidos servicios transables, los que están recibiendo el estímulo de la depreciación real. Este proceso se puede facilitar con mayor adaptabilidad laboral, y reducción de barreras y fricciones microeconómicas a la reasignación de recursos. Esta es la forma de evitar también un deterioro mayor en el mercado laboral, y una profundización y prolongación de la desaceleración.
Los países emergentes mejor preparados para enfrentar este nuevo escenario son aquellos que administraron la bonanza de precios de bienes primarios en forma prudente, que tienen un régimen de tipo de cambio flexible, política monetaria creíble e inflación baja, que exhiben un sistema financiero sólido, bien regulado y supervisado, y mercados laborales flexibles.
En muchas de estás áreas, Chile muestra grandes fortalezas, incluyendo un conjunto de políticas e instituciones que le permitieron lograr un gran salto en su producto per cápita en el período 1985-2013, pero en los últimos dos años han emergido debilidades en el ambiente de negocios que mantienen las expectativas empresariales deprimidas, nubarrones sobre la sostenibilidad de las cuentas fiscales y preocupaciones sobre una mayor rigidez en el mercado laboral. Lo anterior está llevando a una desaceleración del crecimiento más pronunciada de lo que se puede explicar por el deterioro en el entorno externo.
Para mejorar el ambiente de negocios hay que desarrollar una agenda potente, enfocada en remover obstáculos internos a la expansión de las actividades transables (exportaciones distintas de materias primas y que compiten con importaciones) y a los aumentos de productividad. Esto último pasa por reducir la incertidumbre sobre el marco de políticas para los próximos años y redescubrir las bondades de una economía de mercado altamente competitiva. Aquí, tal como lo he manifestado en columnas anteriores, puede tener un rol central destrabar las concesiones de infraestructura. En cuanto a las finanzas públicas, se requiere en forma urgente fortalecer el gran activo del país, la regla fiscal, recalibrando los compromisos de gasto público de acuerdo a los nuevos y deprimidos precios de largo plazo del cobre, y en paralelo avanzar en la creación de un Consejo Fiscal autónomo. En la parte laboral, lo que se requiere es una combinación virtuosa para el país y para los trabajadores de fortalecimiento de la negociación colectiva, junto con una mayor adaptabilidad laboral, para así facilitar el tan necesario ajuste que requiere la economía chilena.