La política chilena está enferma de un aburrido egotismo. Este término alude a la tendencia un tanto excesiva a hablar de sí mismo. El egotista no necesariamente es un soberbio y vanidoso que se refiere a sí mismo siempre en términos elogiosos, exaltando sus virtudes y logros superiores (los Presidentes y ex Presidentes de la República, razonablemente, caen a menudo en esta categoría), sino que también los hay quejumbrosos, autolacerantes y plañideros.
En literatura (escribir de uno mismo constituye el grado máximo de este vicio), el egotismo adquirió carta de ciudadanía gracias al gran Henri Beyle, alias Stendhal. Es preciso dejar en claro que Stendhal parecía estar consciente de los peligros de este ejercicio de escritura, el cual, en principio, atribuía a la pereza, ya que sería más fácil y cómodo escribir de uno mismo -cuyos materiales de trabajo, por así decirlo, se encuentran a la mano-, mientras que para abordar a otro es necesario investigar o inventar, lo cual aparenta ser más arduo. Beyle intentó dos obras en este género, "Los recuerdos de egotismo" y "Las memorias de Henry Brulard", ambas publicadas de modo póstumo, en las que derrocha un espíritu ligero, de singular humor y libertad de diseño, en las que el apego literal a los hechos (una vulgaridad) no es su mayor preocupación.
Hoy en día la literatura se ha tornado fuerte, toscamente, diría, egotista, lo que un crítico ha llamado "ceder a la tentación de lo autobiográfico". A la hora de escribir una novela, el escritor se novela a sí mismo. Pululan, de esta manera, ficciones en que el protagonista, o uno de ellos, es un escritor y se asemeja en demasiados aspectos al propio autor. En vez de enmascararse, como lo hace Proust en su célebre obra, intentan ganarse la confianza del lector quitándose cualquier máscara (Stendhal y Proust sabían que eso no era posible). A cada rato parecen decir "Esto no es una ficción" como reza la conocida pintura de Magritte.
El exceso de egot
ismo parece ir a la par de un eclipse de la fantasía, la capacidad única de la literatura para transportarnos a un mundo y a un punto de vista distinto del nuestro. Si esta posee un objeto propio, lo cual es dudoso y estoy pronto a desdecirme, es el otro, no el sí mismo, no es el narrar obsesivamente el personal ombligo. El egotismo sofoca al lector.
De igual modo, cuando la política se vuelca incesantemente sobre sí misma y sus actores, padece de un desplazamiento, se halla enferma porque ha perdido de vista su objeto, su propósito. Y también sofoca al ciudadano.