Esta es una historia colectiva. Trata del equipo de redactores de The Boston Globe que dedicaron el segundo semestre de 2001 a develar los numerosos casos de sacerdotes acusados de abusos sexuales residentes en la Arquidiócesis de Boston, un escándalo que gatilló denuncias e investigaciones en todo el mundo.
El relato se centra en la unidad Spotlight, un grupo de tres reporteros que trabaja en un subterráneo del diario, con alto grado de confidencialidad y siguiendo sus propios temas. Su jefe es el editor Robby Robinson (Michael Keaton), un veterano del oficio incrustado en la sociedad de Boston y familiarizado con el poder de la Iglesia católica en esa ciudad. Y el gatillante es el nuevo director, Marty Baron (Liev Schreiber), un judío que viene de Florida y que considera, al primer golpe de vista, que las desordenadas denuncias ya existentes son un tema importante para un diario local. Así de simple.
Baron nunca se pierde. Su primera entrevista con el cardenal Bernard Law (Ben Cariou) es un modelo de diplomacia y contención. Cuando los reporteros dicen que podría haber 13 sacerdotes comprometidos, no se altera y sigue adelante a pesar del nerviosismo del publisher Ben Bradlee Jr. (John Slattery). Y una vez que han llegado a 45, sienta el principio: "No vamos por los 45, sino por la institución. Vamos por el sistema". A Robinson le toca contener la impaciencia de los reporteros, que, como siempre, creen que alguien se les puede adelantar. La paranoia es un componente tan esencial como peligroso en el periodismo llamado "de investigación".
El relato expone con fidelidad las maneras en que se desarrolla esta modalidad reporteril: una mezcla de testimonios, documentos de difícil obtención y, sobre todo, materiales que están muy a la mano y solo se necesita que alguien los analice. Las instrucciones de Baron ordenan las búsquedas y son la explicación de que The Boston Globe produjera más de 600 artículos durante 2012 y elevara a 249 los sacerdotes acusados, además de forzar la renuncia del cardenal Law.
La historia sigue el principio de Baron: los sacerdotes casi no aparecen y las referencias individuales son menores. Pero no hay que equivocarse. La tesis de fondo es durísima, acaso la más severa que haya presentado cualquiera de las cintas acerca de los escándalos sexuales en la Iglesia católica, porque apunta a un sistema institucional de ocultamiento de los casos, no a la simple reacción angustiosa ante hechos inesperados.
Tom Carthy conduce con un impecable y casi invisible sentido de la progresión, como si los recursos fílmicos siguieran el ritmo interno de los hechos, y no al revés. Esta seguridad en la dirección es lo que hace posible que la coralidad no se convierta en un tumulto. Es un logro magnífico, que hace de En primera plana una de las mejores películas sobre periodismo, incluso superior a la legendaria Todos los hombres del Presidente.