Las primeras escenas ocurren en una estación policial en Boston, en 1976. De allí sale un cura, que es recogido por otro. Adentro, un niño. No es mucho lo que se dice. Pero el espectador entiende que hay una acusación de pedofilia que queda en nada.
Julio 2001. En la redacción del Boston Globe se ha conformado un equipo de investigación, para una sección conocida como Spotlight, que es reforzado por un editor que llega de otro estado, con la premisa: "El periódico debe ser independiente".
En el minucioso relato que teje "En primera plana" se ensambla muy bien aquello que se llama "contexto" (palabra que se ha usado ¡tanto!, para bien y para mal), que explica en buena parte por qué este reportaje del que se ocupa esta película tuvo no solo el impacto de un terremoto, sino cómo es que su trascendencia a nivel mundial alcanza hasta hoy.
Durante un año, el grupo se abocó a investigar los abusos cometidos por sacerdotes de la diócesis: lo que en un comienzo parecían hechos aislados, terminó por configurar un escenario de alcance impensado para los propios periodistas.
Contactaron a agrupaciones de víctimas, los más dispuestos a hablar; también se acercaron a las más altas instancias de la Iglesia; a especialistas que habían dedicado su vida a ello.
Y lo más difícil: ubicar víctimas dispuestas a acusar, a compartir su traumática experiencia. Porque el daño que sufre el abusado juega en su contra: mezcla en él sentimientos de vergüenza y culpa, lo que contribuye decisivamente a la impunidad de los victimarios. Algo que la película muestra con tanta elocuencia y dramatismo como sobriedad.
También recurrieron a la documentación, al mismo archivo del diario, para descubrir que sí habían informado de casos, los cuales habían sido publicados, pero de manera dispersa en el tiempo; notas que quedaron desprovistas de contexto, que mostraban apenas la cola del elefante, y que no fueron capaces así, por sí solas, de alumbrar la inmensa verdad que se asomaba apenas y que se dejó pasar porque siempre habrá otras noticias que atender.
El periodismo no es una ciencia. Pero cuando aspira a ponerse el apellido "de investigación" está necesariamente obligado a acudir al rigor implacable de los sistemas metodológicos de las ciencias sociales. No solo para aislar lo más posible la carga cultural, ideológica y valórica del periodista -ese ser humano que trabaja detrás de la noticia- sino porque es la manera de obtener todos (o casi) aquellos elementos que completan una verdad -siempre compleja y escurridiza- y sacarla a la luz de manera irrefutable.
Para ello es que resulta clave el trabajo de un buen equipo (¡qué manida frase!), un grupo diverso, pero con un foco y una ética común, que meta los pies en el barro, y alguien -un editor- con la distancia de un zoom back para guiar, distinguir lo relevante de lo accesorio, mirar el todo desde una mayor distancia.
El rol de Marty Baron (Liev Schreiber), como el recién llegado editor en jefe, cumple ese indispensable trabajo del buen líder, ese que consigue lo mejor de cada cual en su equipo, que observa en perspectiva, tira del hilo preciso y sabe que cuando aparece el elefante completo es que la investigación está madura y lista para que vea la luz. Que es tan consistente, sin flancos abiertos e incuestionable que no hay poder que se le resista.
"En primera plana" tiene el nervio del drama judicial y de la intriga periodística, a la vez que un acercamiento estremecedoramente humano a un tema de suyo desgarrador.
Se agradece la sencillez lineal de la narración del director y coguionista Tom McCarthy para una trama que contiene tanta fuerza, verdad y dolor que no requiere más que de un desempeño actoral austero (aquí nadie quiere lucirse), muy bien entendido por Mark Ruffallo, Michael Keaton, Rachel McAdams, Liev Schreiber, que se comportan como el equipo que son en el filme.
Con sus 6 nominaciones al Oscar, "En primera plana" vuelve a recordarnos la relevancia de un periodismo hecho con rigor estricto y que justifica su apodo de Cuarto Poder, tal como en los 70 lo hiciera "Todos los hombres del Presidente" (1976, Alan J. Pakula), sobre el escándalo Watergate, que terminó con la dimisión de Nixon.
Hasta el día de hoy el caso ha influido no solo a generaciones de periodistas sino al público, que entendió el valor de la libertad de expresión no como un derecho de quien la ejerce sino como una ganancia social. En esta línea, un periodista ético se concibe como un profesional independiente, ecuánimemente escéptico y crítico, a riesgo de ser tachado de "sesgado", según quien lo juzgue.