Fascinan los millennials chilenos, aquellos compatriotas nacidos entre los primeros años de los 80 y mediados de los 90, los sub-35.
De padres que crecieron en un país con el ingreso per cápita que posee hoy Tonga y que se beneficiaron de la transformación económica de Chile, esta generación fue criada con privilegios que eran inimaginables pocas décadas atrás, en ambientes protegidos y con especial trato. Esto, sugiere la literatura, explica su predilección por derechos más que deberes, y su mínima tolerancia a críticas y fracasos. Todos además envueltos por un injustificado sentimiento de autoimportancia, fomentado por la instantánea comunicación y continua conexión a las redes sociales. (David Brooks en The Road to Character documenta que mientras el 12% de los jóvenes norteamericanos se consideraba "muy importante" en los 50, el porcentaje alcanza hoy el 80%. Sospecho que la cifra no es muy distinta en Chile.)
Y una lenta transición hacia la adultez aparece como otra peculiaridad de la tropa. Si la adolescencia emergió por los cambios económicos y sociales del siglo XX (fin del trabajo infantil y educación obligatoria), su extensión más allá de los 20 años ha sido el resultado de una sociedad que ha permitido postergar el compromiso emocional que significa la vida en pareja y de una cultura familiar que tolera la evasión de las responsabilidades propias de la adultez.
Por eso no sorprende el aumento en el número de chilenos entre 25 y 35 años de edad que viven con sus padres: más del 35% desde los 90 (57% entre los hogares del 40% más rico). Y si bien el fenómeno puede confundirse con el de los hijos boomerangs (se van para volver), lo cierto es que los millennials locales parecen estar particularmente encariñados con la adolescencia. De hecho, mientras 50% y 40% de brasileños y argentinos en la misma generación se consideran adultos respectivamente, entre los chilenos solo lo hace el 30%.
Quizás sea precisamente dicha adolescencia extendida -o adultez emergente como se denomina en psicología- lo que explique el alto optimismo por el futuro de nuestros millennials , pues de acuerdo a la Encuesta Bicentenario, el 80% cree que su posición económica mejorará en los próximos diez años y el 53% considera que el país habrá avanzado en alcanzar el desarrollo.
Ambas cifras contribuyen a la fascinación por el grupo, toda vez que ni la misma fuente ofrece luces de su clara disposición por sacrificarse en pos de logros individuales, ni tal optimismo es consistente con la evidencia de altos niveles de estrés y depresión documentada entre los millennials en el mundo. Es que aun cuando se pueda conllevar las expectativas de padres que se esforzaron para dar oportunidades, ¿cómo sustentar las propias sin esfuerzo? ¿Habrá sido la generación chilena contaminada por las comodidades de un país demasiado generoso? Ojalá que no y que puedan, en base a su sacrificio, legitimar todas sus aspiraciones.