Me proponía comentar algunos aspectos de la indicación sustitutiva al proyecto que crea el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio. Pensé que era signo de cultura leerla previamente y así lo hice, lo cual me tomó bastante esfuerzo, provocándome un involuntario e insuperable aburrimiento: el proyecto es un epítome de lo políticamente correcto y un recitativo parsimonioso de buenas intenciones. Su lenguaje es pesado, reiterativo, cacofónico, grave. La cultura -se le añade una "s" al ministerio, porque, por cierto, debe ser plural, multicultural, diversa, inclusiva, participativa, material e inmaterial, intelectual y afectiva- queda recluida en una vasta maraña de consejos, servicios, seremis y los correspondientes miles de funcionarios, asesores y consejeros que se multiplican en las distintas instancias nacionales y regionales. La cultura es una maquinaria que se mueve desde cientos de oficinas e innumerables reparticiones que la promueven, fomentan, proyectan, evalúan, protegen, reconocen, premian, declaran y un larguísimo etcétera. La cultura se agita (o se duerme) en medio de formularios, comisiones, jurados, papeleos de la más distinta índole y que, finalmente, terminan por distribuir fondos, parcelas y granjerías, repartir platas con los más diversos y loables fines, producir planes y ponerlos en práctica y evaluarlos en una operación tras otra; es un dispositivo, un artefacto, una técnica de financiamiento y beneficencia que se desenvuelve y autorreproduce incesantemente desde esta pirámide de organismos estatales.
Sin embargo, pocos podrían atreverse a negar que las grandes transformaciones culturales que en las últimas décadas ha experimentado Chile provienen de otra parte (internet, las redes sociales, la nueva tecnología de las comunicaciones, la televisión abierta y por cable, tendencias y modas globales), las cuales acaecen de tal modo que el Estado apenas puede soñar en intervenir sobre ellas. Un historiador español decía respecto de la cultura de España de mediados del siglo pasado (y con mayor razón vale su juicio para la chilena actual) que era "cultura de acarreo" y, habría que añadir, no puede sino serlo. Y demos gracias por ello.
En vez de aferrarse a una visión esencialista y fija de la misma (que la identifica con nociones abstractas e inmóviles tales como "identidad nacional" o "memoria colectiva"), la cultura parece ser un fluido abierto al mundo; es la capacidad de abrirse a lo universal y apropiarse de ello, más que cerrarse en lo "nacional" evanescente o fijado por un organismo público. "Lo nuestro" es una película delgada y porosa a la que urge añadir densidad y amplitud de horizontes. La cultura, como lo señala su origen, es cultivo, disciplina, estudio, formación. Quizás por ello lo que más se echa en falta dentro de esta fanfarria institucional es su ineludible lazo con la educación.