Es el festival de la burocracia. Cuatro nuevos ministerios se crearán próximamente. Cada seis meses habrá uno nuevo. Pronto sumarán veinticinco. Tendremos diez ministerios más que Estados Unidos y Alemania. Ya superamos a los de Francia, Italia, España y China. Estamos a la par con Cuba y nos acercamos a Venezuela.
Es la ilusión de que con más ministerios se favorece la eficacia del Estado y las aspiraciones de sus ciudadanos. Así se pensaba en la Unión Soviética y se cree todavía en los países africanos. Nigeria la lleva con cuarenta y dos ministerios.
La proliferación de ministerios acarrea más burocracia, sin garantías de eficiencia del aparato estatal para los ciudadanos. Crea más funcionarios, oficios, timbres, ventanillas y trámites administrativos.
También surgen más gastos para el presupuesto. Son inevitables los jefes de gabinete, asesores y funcionarios acompañantes, muchos con autos y privilegios fiscales.
Cuando se anunció la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, la Presidenta declaró que era un impulso decisivo para construir y aumentar la capacidad de la ciencia, la tecnología y la innovación. Podría ser lo contrario. Es como creer que aumentando el número de generales mejora la defensa del país.
Para superar la carga de gobernar con tantos ministros, algunos presidentes nombran bi o triministros: uno para dos o más carteras. Resultó lo correcto con los avances significativos de las obras públicas del Presidente Lagos. Otros jefes de Estado anunciaron fusiones de ministerios que nunca se consumaron. Aunque sobren, nadie se atreve a cerrarlos.
Ya casi no caben los ministros en la sala de reuniones del gabinete en La Moneda. Se los ve apiñados: deberían reunirse más cómodos por videoconferencia.
Es difícil que un Presidente mantenga una relación fluida y productiva con tantos ministros. Una o dos veces al mes los podría recibir separadamente. Quedan sometidos a las instrucciones y fiscalizaciones de los asesores presidenciales. Aumenta la interferencia del segundo piso de La Moneda, de funcionarios desconocidos, con poderes no contemplados en la Constitución. Otra opción es que el Presidente prescinda de algún ministro. Sucede, aunque con riesgo de contravenir la institucionalidad: los presidentes gobiernan a través de sus ministros. Sin su firma no valen sus decretos.
Habrá que reconocer que más ministros facilita el cuoteo político y las oportunidades de los que sueñan y pujan para sentarse en el gabinete. Senadores y diputados están prestos para dejar sus cargos y asumir un ministerio, y son miles los que esperan ser llamados a servir al Palacio.