Se ha dicho y repetido: Shakespeare aguanta todo. Nadie puede dejar de reír con el "Otelo" en clave de clown que presenta Santiago a Mil, otra de su decena de atracciones bonaerenses (tres años en la cartelera porteña, donde se llama "Othelo"). Solo un exagerado purista podría irritarse con esta disparatada, extravagante y frenética bufonada a partir de su tragedia por excelencia de los celos. Y habría que ser un espectador muy amargado para no agradecer el impresionante despliegue de energía actoral que se brinda durante 100 minutos. El director Gabriel Chamé y su elenco saben lo que hacen; son expertos fogueados que dominan el estilo y las técnicas bufas.
Recrea la trama original con solo cuatro actores, respetando su desarrollo (y no pocas veces se escucha el diálogo escrito por el Cisne de Avon). Uno es Otelo, otro Yago, el siniestro villano, y la actriz y el tercer actor se encargan de todos los otros roles en un juego histriónico vertiginoso. Pero el tono en extremo burlón permite que el ánimo de comicidad reemplace a lo trágico. Aquí solo un estúpido como Otelo puede sufrir de celos, Yago es un loco de atar y hasta Shakespeare desde un retrato se presta para chanzas de lo más irreverentes. Por momentos, sale a relucir una pequeña cámara de video que agrega en los primeros planos proyectados en circuito cerrado, otro factor humorístico más cinematográfico.
Lo que nos hizo pensar que esto es clown muy visual, acorde con la celeridad mental a que nos ha acostumbrado la pantalla de cine. Al estilo del cómico hollywoodense Jim Carrey, el de "Mentiroso, mentiroso" o "El insoportable", que cultiva el lado más ridículo de lo risible, con sus infinitas morisquetas acumulando una increíble frecuencia de gags por minuto a la manera de una ametralladora de resortes de humor, para que si uno no da en el blanco, quedan muchos otros (el desquiciado Yago nos recordó a Sacha Baron Cohen). Que tiene muchos fans entre los jóvenes, pero también sus detractores, por su carácter excesivo a veces rondando el agobio.
Su renovada ansiedad por despertar la carcajada a como dé lugar y tan a menudo como sea posible, remite también al 'astracán', ese viejo género menor de la tradición escénica española, que para que el respetable se ría hace la caricatura de la parodia, echando mano a todo; desde las bromas cultas a las alusiones sexuales, la interacción con la platea, el quiebre metateatral, el giro chabacano y el chiste regional. Todo lo cual no le quita nada de su eficacia. Pero es válido preguntarse si tanta ridiculización puede incentivar al joven interesado en descubrir y adentrarse en el futuro en la genialidad shakespeariana; o si un resultado así se prestaba para conmemorar los 400 años de la muerte del bardo inglés.
Ayer fue la última función de esta obra.