Sobrecogedora pero necesaria,"La cautiva" -propuesta peruana de Stgo. a Mil-, aunque está muy bien resuelta, no destaca por innovar en la forma. Si conmociona es porque, valiéndose de recursos teatrales conocidos, mira de frente el infierno para sacar al público de la indiferencia con que por décadas eludió procesar una de las peores tragedias históricas de ese país (de hecho, su estreno levantó allá un duro debate).
A partir de una exhaustiva investigación el texto, de Luis Alberto León, se atreve a recordar la guerra interna que desangró al Perú en los años 80 y 90, en la cual los militares, por un lado, y la organización terrorista Sendero Luminoso, de filiación comunista por otro, asolaron a la población más pobre e indefensa sometiéndola a atrocidades deleznables.
En los 100 minutos que dura, su acto único, que ocurre en la morgue de un cuartel militar en Ayacucho, progresa fluidamente por tres tonos distintos y logrados. Primero, con pausado registro naturalista y atmósfera lúgubre impregnada de muerte, el asistente forense limpia allí rutinariamente el cadáver de un soldado, luego el de una preadolescente muerta por los militares junto a sus padres, maestros senderistas. Pronto se nos revela que a ella no la preparan para meterla en el congelador, sino que para ser violada por el capitán que la asesinó a ella y a su familia.
Luego la escena se tiñe de realismo mágico y lirismo cuando el joven funcionario queda a solas con la chica, a quien vuelve a ver viva. Luego del terror inicial, ambos entablan una relación amistosa y emprenden un juego de roles en que él personifica a la abuela de la niña y al muchacho del que estaba prendada. Más adelante el auxiliar, compadecido de su triste suerte, orquesta para ella una fiesta de los 15 años a fin de mitigar su martirio, en tanto decide inmolarse para impedir su vejación. Para entonces el imaginario de la obra se ha inundado de signos surreales y oníricos, y de una ritualidad simbólica en que se cruzan rasgos de religiosidad popular. Todo deriva en una estilizada exaltación alegórica en que militares y extremistas son vistos como fuerzas demoníacas e igualmente devastadoras, cuya víctima representa al mismo pueblo peruano y sus miembros más desvalidos.
El viaje de fuerte emocionalidad que ofrece se debe entender como una catarsis colectiva a la manera de lo que la tragedia fue para los griegos. Es decir, una instancia para purificar el alma de pasiones y liberar la mente de recuerdos que la alteran, mediante la contemplación de un hecho doloroso, asimilable sin duda a otros traumas históricos nacionales. La profunda huella que deja se debe a la notable dirección de Chela De Ferrari, y la homogénea ejecución por su elenco, descollando el luminoso rol protagónico de Nidia Bermejo.
Teatro UC, hoy y mañana a las 19:30 horas.