Ya que en enero pasado "Killbeth", la adaptación coreana de "Macbeth", lució teatralmente pobre y harto torpe, ahora, a decir verdad, nos sometimos con desconfianza a "La tempestad", otro abordaje de Shakespeare traído por Santiago a Mil desde Corea del Sur. Error. La propuesta es una pasmosa sorpresa, una perfecta fusión híbrida entre Oriente y Occidente, tanto o más irresistible que la "Noche de reyes" india que aplaudimos en el festival anterior. Y una completa delicia transcultural para conmemorar planetariamente los 400 años de la muerte del Cisne de Avon.
Creado y adaptado en 2011 por el director Oh Tae Suk, líder y fundador de la compañía Mokwha, que ha emprendido otras relecturas de Shakespeare, reimagina libremente la conocida trama que a su vez cruza con un episodio histórico coreano del siglo V. Aun así se puede identificar y seguir el ingenio de la intriga original, si bien se la simplifica, y reconocer su misma atmósfera que alterna magia, acción y romance, en tanto conserva su sentido último. Entre varios cambios, el más notorio es el de Calibán, el sirviente salvaje y primitivo del rey Zilzi (equivalente del hechicero Próspero), que aquí es Bicéfalo, un gracioso monstruo de dos cabezas.
Traspuesta a la cultura y el folclore coreano, la representación respeta el estilo de la tradición escénica local que, como sucede en otros países del Asia, es una mezcla de actuación, canto, danza y acrobacias. Los 14 ejecutantes usan hermosos trajes con telas de rica textura; la colorida puesta incluye máscaras, abanicos, cintas y varas de bambú; y el ambiente fantástico de la isla permite la aparición de animales antropomorfos y otras bestias gigantes. Las canciones se acompañan con instrumentos musicales autóctonos tocados a la vista. En más de un pasaje, Zilzi interactúa directamente con el público, para lo cual el actor se aprendió fonéticamente sus diálogos en castellano.
Es cierto que se echa de menos la poesía de Shakespeare -y "La tempestad" es una de sus obras de mayor aliento poético- y la profundidad psicológica de los caracteres. En cambio el relato, sumamente ágil y alado, rebosa de ingenuo encanto; por lo demás, su aire alegre y festivo resulta contagioso. No podía ser de otra manera, puesto que este es un cuento prodigioso que habla del triunfo del amor; del anhelo de venganza trocado en perdón y ánimo de reconciliación; de cómo a fin de cuentas todos logran liberarse de sus lastres y ataduras. Precioso espectáculo, sin duda.
En el Teatro Municipal de Las Condes, hoy última función a las 20 horas.