El Acta del Espacio de 2015, firmada recién por Barack Obama, es la primera ley sobre explotación privada del espacio. No solo exploración, sino también lucrativos negocios con los asteroides. Hay miles circulando relativamente cerca de la Tierra. Unos mil tienen un kilómetro de diámetro, otros 4.000 tienen 100 metros de diámetro, y muchos están llenos de agua y minerales, listos para ser explotados por quienes logren llegar a ellos.
La ley de Obama permite a empresas y ciudadanos norteamericanos reclamar la propiedad de cualquier recurso que se encuentre en un asteroide, sin hacerse dueño de este, solo de los minerales o agua que extraiga. El acta, que también prolonga el uso de la estación espacial internacional y regula lanzamientos espaciales, enmienda una ley sobre esos viajes comerciales y complementa otra de 1984, en la que se reconocen y facilitan las actividades privadas en el espacio.
Es alucinante, cualquiera capaz de llegar a un asteroide podrá explotarlo a su entero gusto. Lo difícil es llegar hasta allá, y todavía no hay tecnología para extraer esos productos ahí arriba. Varias empresas desarrollan proyectos ambiciosos y visionarios para hacerlo. Imaginan una economía futura donde la minería espacial y los viajes comerciales y turísticos fuera de la Tierra serán una realidad. Invierten miles de millones de dólares en investigación y desarrollo de tecnologías para hacer posible el sueño. Obtener agua de un asteroide permitiría abaratar mucho los viajes espaciales, puesto que el combustible de los cohetes se obtendría del hidrógeno y del oxígeno del agua, lo que transformaría a los asteroides en una suerte de "cadena de bombas de bencina" para los viajes extraterrestres. Y qué decir de la explotación del platino y otros minerales que podrían ser traídos a la Tierra para la producción electrónica; eso sí, siempre que los costos de explotación sean razonables.
Lo que preocupa es cómo se compatibiliza esta ley de EE.UU. con los acuerdos internacionales. El espacio no está tan regulado como la Antártica, por ejemplo. En este caso, hay apenas un acuerdo firmado entre la URSS y EE.UU., en 1967, pensado para evitar una carrera armamentista nuclear fuera de la atmósfera. Ahí se limitó el uso de la Luna y otros cuerpos celestes a fines pacíficos (como la Antártica), y se prohibió poner en órbita de la Tierra, de la Luna o de una estación espacial cualquier arma de destrucción masiva. Tampoco se pueden instalar bases militares, hacer maniobras bélicas ni ensayos o pruebas de ningún tipo.
¿Qué va a pasar si los rusos deciden promulgar una ley similar, o una que haga chocar los intereses de unos y otros? ¿Podría esta competencia llegar a un enfrentamiento en que Washington defienda a sus empresarios y Moscú a los suyos? ¿Quién o qué organismo resolverá esas diferencias?
La carrera espacial ya dejó atrás a la ciencia ficción, pero la rivalidad política sigue vigente.