La solapa de Cuentos pendientes declara que este libro es el resultado de la primera incursión de su autor, Jorge Quiroz (1962), en el campo de la creación literaria. Se hace difícil creerlo. Todas las narraciones del volumen son impecables: exhiben una firme estructura genérica y un estilo personalísimo que solo se obtiene cuando el lenguaje literario es manejado con la soltura y seguridad que da una práctica sostenida. Y ni aun así. Como sabemos, muchos autores de larga experiencia afirman que cada nuevo texto es una renovada y ardua lucha con las palabras. Por supuesto que una cosa es que estemos frente a los primeros cuentos que escribe este autor y otra es que sean los primeros que publica. Ya se trate de lo uno o de lo otro, de lo que no cabe duda es que Cuentos pendientes señala la aparición de un narrador cuyos méritos no debieran pasar desapercibidos.
Es un hecho que las preferencias de la narrativa chilena, genéricas, temáticas y formales, se han enriquecido considerablemente en los últimos tiempos; pero se trata de un fortalecimiento que también puede despertar recelos. A veces uno se pregunta si el experimentalismo formal exhibido por numerosos relatos contemporáneos obedece a una auténtica necesidad de renovación de motivos conocidos o si no es otra cosa que un mero embelesamiento con las formas. Relatos donde el ingenio suple la levedad de lo representado. Las narraciones de Jorge Quiroz se sitúan en la vertiente opuesta y por eso me han producido una impresión tan favorable. Cuentos pendientes es un contundente volumen de quince sólidos y macizos relatos cuidadosamente diseñados (que incluso permite un jugoso contrapunto en uno de ellos entre conceptos básicos de análisis literario y el desarrollo del discurso), y que para beneplácito de los lectores que gustan de leer historias bien contadas se acomodan a lo que llamaríamos la estructura canónica del género: un argumento ágil que con frecuencia desemboca en un desenlace inesperado. En el libro de Jorge Quiroz no hay regodeos formales ni experimentos metalingüísticos: sus historias construyen atmósferas y ambientes atractivos y verosímiles; personajes que transparentan debilidades y fortalezas humanas, y episodios con que pudiéramos tropezar a cada rato en nuestro vecindario. Pero, sobre todo, son narraciones donde el autor logra tender con pericia los indispensables lazos de intimidad entre narradores y destinatarios que hacen convincente la imaginación.
Gran parte de los cuentos transcurre en los cerros de Valparaíso o en pueblos aledaños al puerto. Otros tantos se evaden de estos espacios. Pero el tono general, si bien no exclusivo de cada uno, está teñido por un temple de ánimo donde la nostalgia de formas de vida que no fueron perfectas, pero que eran las nuestras, se opone a la ironía ante un presente que nos ha arrebatado la familiaridad porque no nos pertenece: "Eran los tiempos en que el agua aún era abundante y los campos se irrigaban a riego tendido y aún a nadie se le había ocurrido cubrir de frutales los cerros, que permanecían entonces siempre amarillentos, sumidos en un barbecho perpetuo" ("Los días de los cerezos"). Desde las profundidades del mundo que trasmiten estos relatos surgen personajes y ambientes de tan variada procedencia y de tan compleja catadura social y humana que sería imposible enumerarlos aquí. En su mayoría forman un panorama de seres humanos tocados de una forma u otra por los ecos del golpe militar de 1973. Algunos han cometido o han sido víctimas de culpas que tarde o temprano se deben pagar; otros poseen la simpatía que despiertan los pequeños heroísmos cotidianos; otros sobreviven a duras penas a las condiciones económicas del presente o caen vencidos por el peso abrumador de sus exigencias o de sus perversidades. Pero sea cual sea su situación, permanecerán por largo tiempo en la memoria del lector.
Cuentos pendientes es, sin duda, uno de los mejores libros de narrativa publicados durante el año 2015.