Tengo en la retina la imagen de la Presidenta Michelle Bachelet al anunciar por cadena nacional de televisión, en los primeros días de su mandato, la gran reforma tributaria que le proporcionaría a su gobierno los recursos para dar cumplimiento a sus promesas programáticas. El marco escenográfico fue cuidadosamente elegido -austero y solemne a la vez- en perfecta sintonía con un discurso ponderado -leído con el énfasis perfecto- con el cual era muy difícil estar en desacuerdo (se desconocía en ese momento el infamemente inepto proyecto de ley que plasmaría esos principios sublimes).
Toda la reforma se inspiraba -si bien recuerdo- en la noción de justicia, que desde Aristóteles a John Rawls autoriza a dar un tratamiento legal desigual a los desiguales en la distribución de los bienes, de modo que quienes reciben ingresos superiores contribuyan al fisco en una proporción mayor que los que perciben ingresos inferiores. Todo el edificio tributario se sostiene sobre estas bases de equidad, que procuran, tolerando las desigualdades, ir aminorándolas a través de la acción redistributiva del Estado.
Ahora se nos informa que la susodicha reforma, después de sus innumerables retoques (y a indicación de un senador socialista, nada menos), introdujo un artículo transitorio que permitía "repatriar" ingresos negros, rentas no declaradas en Chile y, por lo mismo, que habían eludido durante años los impuestos que según la ley se debieron tributar, pagando la tan sola módica tasa de 8%. Fantástico; con una sola disposición se transitó del principio de justicia más elevado a un utilitarismo que no se puede calificar sino como cínico. Así, por este solo concepto, en vez de US$ 128 millones previstos, se obtuvieron, ¡oh sorpresa!, más de 1.500 millones de dólares en recaudación. ¡Qué alivio se observó -por primera vez- en el rostro del ministro de Hacienda, quien incluso considera ampliar el plazo para que continúe esta fabulosa repatriación! ¡Qué alegría -me imagino- la de los beneficiarios de esta dadivosa fórmula para blanquear sus ingentes capitales! ¡Cómo se frotan las manos las grandes oficinas de abogados que pueden ofrecer a sus clientes, a cambio de pingües honorarios, un mecanismo tan simple y puesto dulcemente a su disposición por un gobierno que campanillea a cada rato su hostilidad al capitalismo neoliberal!
Es cierto que este "privilegio" corre por una sola vez y las platas se requieren urgentemente (acaso al final representen más que lo que se obtenga por todo el resto de la reforma), pero la amargura, ira y decepción son enormes. ¡Qué grado mayúsculo de inconsecuencia entre los dichos y los hechos! Es mi opinión tan solo, pero considero este episodio muy indecoroso y nocivo para el futuro.