Viajando, reparaba en centros turísticos y restaurantes de nutrida infraestructura que se ubican junto a la carretera y que siempre se ven rebosantes de clientes. ¿Cuál es el afán de recalar ahí y no desplazarse algunos kilómetros más para disfrutar de la oferta dentro de una ciudad? Son autonautas de la cosmopista, personajes de raigambre cortazariana que habitan la carretera como si fuera un lugar.
La demorada forma de viajar de esta especie en extinción se contrapone al concepto de la eficiencia en el desplazamiento. Hoy las autopistas buscan ser un mero trayecto, un vector abstracto entre dos destinos, un mero lapso de tiempo indiferenciado y ojalá, imperceptible. Pero lo natural es que los caminos convoquen actividad y que la vida humana salga al encuentro ofreciendo sus mercancías. Al sobrevolar territorios homogéneos y antiguos, como el europeo, se puede distinguir claramente cómo muchas ciudades nacieron de un encuentro vial, lugares de intercambio por excelencia.
Incluso autopistas modernas han sido concebidas como lugares en sí. Alemania, bajo el Tercer Reich, se irrigó de autobahnen, dotadas de miradores y zonas de picnic. El recorrido y la detención en el paisaje eran estrategias pedagógicas para la construcción de un sentido de nación germana. Y hay autopistas que son un paisaje en sí, como la ruta 66 en Estados Unidos, que cruza el país a velocidad de paseo entre moteles y estaciones de servicio y que fue magistralmente inmortalizada en la película "Cars".
En nuestro paisaje de autopistas concesionadas la cultura del paseo en auto se resiste a desaparecer. Los peajes son hoy efímeros bazares; animitas floridas, palomas, puestos de artesanías, frutas y viveros siguen compitiendo por la detención del viajante. Los choferes de primera atesoran en su memoria la ubicación de una buena picada -esas de generosidad apocalíptica- y calculan con precisión los tiempos para llegar a disfrutarla a la hora. Cuando los autonautas de la cosmopista viajan, coleccionan tentaciones que salen al paso y se desplazan como si fueran veraneantes ociosos, aún dueños de su propio tiempo.