En tres décadas de actividad, el italiano Romeo Castelucci, hoy de 55 años, se ganó en justicia el cartel de "niño terrible" de la vanguardia escénica europea; por eso la atracción que despierta. Aunque nos parece que de las cinco propuestas que le hemos visto -dos en Chile, la pesadillesca "Bruxelles" en Santiago a Mil 2008, y la versión local de "Buchettino", para niños, en 2010- esta, "Julio César, Fragmentos" es la única que alimenta la decepción.
Esta no es la versión de la tragedia histórica de Shakespeare con un concepto más integral que Castelucci produjo en 1997, sino -lo dice el agregado del título-una de las tantas veces que ha regresado sobre un extracto de ese texto, para generar un acto performático siempre en la línea artaudiana del Teatro de la Crueldad. Con el propósito de ahondar en un tema específico, en este caso, declaradamente, en torno a la "Ars Retorica", de Cicerón (uno de los personajes de la tragedia shakespereana): a saber, acerca del don de la palabra para expresar ideas, y también de su poder para convencer y arrastrar multitudes. Una premisa muy estimulante, cierto, que no logra configurarse en los 45 minutos que se toma.
Primero vemos a un personaje de nombre "...vsky" (en velada alusión a Stanislavsky, considerado el padre del teatro moderno), diciendo los dos roles de la primera escena de la tragedia -Flavio y un ciudadano- mientras una minicámara endoscópica que se ha introducido en la garganta nos muestra cómo trabajan sus cuerdas vocales. Lo cual tiene un interés más bien anatómico-fonológico. Luego de varias evoluciones, otro ejecutante que sufrió la extirpación de su laringe a causa de un cáncer enuncia el magnífico discurso fúnebre de Marco Antonio tras la muerte de César, del tercer acto. Un no discurso, por cuanto solo oímos el ruido del aire pasando a través de su tráquea. Termina con una serie de 7 ampolletas incandescentes que explotan una a una, recurso que no tiene nada que ver con nada.
Puede que el espacio elegido no haya sido el indicado; o que como Castelucci usa de 'performers' a no profesionales de la escena, eso enfría la entrega. Quizás el resultado requería de un ajuste por el propio director (que no vino), o tal vez hay algo de todas esas causas. Pero las partes del total permanecen inconexas, y la ironía supuestamente siniestra no funciona. No nos motiva tampoco porque las imágenes que despliega -y él proviene de las artes visuales- no resultan suficientemente potentes y sugestivas. Aquí es fácil que la estética de 'shock' de Castelucci, radical, extrema y exacerbada, da la impresión de una volada surrealista de ambiente clínico; o peor todavía, de ser puro efectismo.
Museo Nacional de Bellas Artes, hasta este domingo, a las 21 y 22.15 horas.