En enero pasado publiqué una columna con este mismo título. Transcribía la cruda visión de un periodista europeo amigo mío acerca del primer año de Bachelet. Desde el retorno a la democracia, sostenía, "nunca un gobierno había sacado adelante una agenda tan ambiciosa ni provocado tal transferencia de poder, sin polarización, ni ingobernabilidad ni crisis económica". A algunos les cayó pésimo, a otros les agradó; pero era su opinión, no la mía.
Mi amigo acaba de estar nuevamente en Chile. Pasamos juntos el Año Nuevo en la costa central. Después de todo lo que ocurrió el año que pasó, imaginé, estaría medio abochornado sobre lo que me había dicho en su última visita, por lo que preferí, como buen anfitrión, evitar el tema y no meter el dedo en la llaga.
Todo anduvo bien. Cuando veníamos de regreso, de pronto nos pregunta por qué los automovilistas que están detenidos en la berma -que había por montones- usaban chalecos reflectantes. "Es que a partir del 1 de enero rige una ley que lo hace obligatorio", le respondió mi mujer. Se irguió entonces sobre su asiento -venía atrás-, y nos dice en un tono levemente paternalista: "Ustedes no aprecian el país que tienen. ¿En qué otro lugar la gente cumple con la ley de esta manera?" No me pude resistir. "Respetar la ley... -le dije-; ¿y qué te parecen los casos de colusión, de financiamiento irregular de la política, de tráfico de influencia, o de evasión tributaria?" Esto bastó para desatar su perorata.
"No diré nada sobre los montos y alcances, que son nimios. Lo que me interesa destacar es, uno, que se sabe; dos, que la gente se indigna; tres, que se investiga; cuatro, que se admite; cinco, que se sanciona; y seis, que pese a los berrinches, las penas se aceptan. No será este un país de santos -en buena hora-, pero cuentan con instituciones que tienen continuidad y hacen su trabajo. Pienso en la FNE, que no teme enfrentarse a los grupos económicos más poderosos del país, encabezada por un fiscal que viene de la administración anterior. O en el Ministerio Público, que actúa con inteligencia e independencia, bajo la autoridad de un fiscal nacional electo en forma transparente y que no es objeto de sospecha. El mismo SII, un órgano del Ejecutivo, tiene el arrojo como para querellarse contra la nuera de la Presidenta de la República. Les agrego el Tribunal Constitucional. Que parlamentarios de oposición recurran ante este por una ley recién aprobada y que es emblemática para el oficialismo, que el Tribunal lo acoja y dictamine que efectivamente vulnera el ordenamiento constitucional, que el Ejecutivo lo acepte y haga una nueva propuesta, que la negocie con la oposición y que se apruebe por unanimidad en tiempo récord. ¡Si esto revela un grado de civilización que no se observa ni en Suiza!"
Harto de tanta complacencia, le dije: "Anda con este cuento donde los empresarios, que están aburridos de tanta desconfianza, incertidumbre e improvisación". Mi amigo no se inmutó ante mi estocada. "¿De qué estás hablando? La repatriación de capitales duplicó las previsiones, y que yo sepa, nadie trae plata a un país en el que reina la incertidumbre. El Banco Central, cuyo presidente fue asesor económico del candidato Sebastián Piñera, irradia una confianza transversal y actúa en perfecta sintonía con el Gobierno. Otra cosa ejemplar es la reforma de la reforma tributaria. Pocos países cuentan con un sistema político capaz de ponerse de acuerdo para revisar sus propias decisiones y adaptarlas al nuevo conocimiento que surge de la experiencia. Eso que ustedes los chilenos llaman 'improvisación', en el resto del mundo se llama democracia, un régimen donde las leyes son resultado de negociaciones y transacciones entre los políticos en el Parlamento, no la creación de tecnócratas iluminados".
Ya estaba aburrido y no quise seguir discutiendo. Solo atiné a decir: "¿Te dejo en La Moneda? Deben estar esperándote". No estoy seguro de que mi amigo haya entendido la broma.