Como ya se sabe, el gran atractivo de "La señorita Julia" que presenta el Teatro Stabile de Nápoles en Santiago a Mil, es que la dirigió el chileno Cristián Plana el año pasado a la cabeza de un elenco italiano, invitado por ese ente artístico. Y recordemos que Plana, uno de nuestros dos directores teatrales más elogiados de la última hornada (el otro es Guillermo Calderón), puso en escena aquí una poderosa y memorable versión del enorme drama clásico de August Strindberg (1888), sin duda el mejor de los cuatro abordajes locales de ese texto complejo y fundamental.
Entonces el incentivo es ver qué hizo el director de 36 años en esta nueva interpretación foránea de una obra que conoce bien. Pero cualquier punto de comparación resulta inoficioso. Porque este es un enfoque totalmente distinto, más experimental sin duda, con el texto recortado e intervenido (en 2011 lo usó íntegro) para sintetizar sus términos y concentrarse en determinados tópicos que, la verdad, no quedan claros. Salvo, ciertamente, que se buscó actualizar el sentido de la historia, y hacer más contemporánea la forma en que se expone.
Así, la propuesta se abre con ráfagas de luz y estruendosa música rock para expresar en una sola imagen la exacerbación y desenfreno de la fiesta de la noche de San Juan en que ocurre la acción; nunca más veremos a los figurantes caracterizados de campesinos que se vislumbran allí. El encuentro entre la ardiente y trasgresora aristócrata que seduce al lacayo de su padre, sucede en una claustrofóbica caja o container de metal oxidado. Julia viste ropas actuales y su traje inexplicablemente kitsch del tramo final, la ridiculiza. El pasaje de la unión sexual se subraya con un ensordecedor golpeteo en la pared metálica. La mayor parte del desarrollo el escenario permanece en la semioscuridad.
Todo lo cual quiere significar algo. Simplificado y sin el factor de época, que justifica el conflicto, en el relato sobresalen sus rasgos grotescos, mientras se aleja el espesor dramático. Hay además un grave inconveniente: para que funcione la situación, cualquiera sea el enfoque que se le dé, y la escena se inunde con la fuerza irreductible del deseo, es clave que exista una cierta tensión erótica en la pareja protagónica, al menos 'química'. Cosa que acá no se asoma. Si la tensión social entre los personajes -resentimiento, desprecio y miedo de una clase hacia la otra- tampoco se expresa adecuadamente, se debe a la descontextualización y también quizás a la disparidad de los ejecutantes. Él claramente es un actor mucho más interesante y variado en matices que ella.