El tema ya no es Sampaoli. Es qué hacer después de Sampaoli. Porque obligarlo a dirigir a través del cumplimiento del contrato, asumiendo su victimización algo tramposa, es un contrasentido, un recurso ilógico en cualquier ámbito profesional: nadie va a rendir en un trabajo que ya no le agrada hacer. Su continuidad solo podría responder a un capricho de la ANFP, que en el discurso de Arturo Salah no se evidencia ni siquiera entre líneas. Entonces, la relación es irreversible; a corto plazo, dañina; hasta mediados de año, peligrosa. Sampaoli ya no puede seguir siendo. Estrictamente, fue. Reitero: gracias, y hasta luego.
A nivel de selección nacional, la urgencia (porque también hay muchas en otros planos) ni siquiera debería ser ganar el muy probable litigio judicial que se vendría por el cobro de la cláusula de rescisión de Sampaoli, porque si quiere asumir en cualquier club serio de Europa tendrá que resolver con prontitud, so riesgo de perder cualquier opción. Lo verdaderamente perentorio es afrontar los dos partidos eliminatorios de marzo, ante Argentina y Venezuela, con una fórmula técnica transitoria, y convencer a Manuel Pellegrini de abandonar su exitosa carrera en Europa una vez que termine esta temporada con el Manchester City, para que construya el proceso de selecciones, incluidos los representativos menores, sobre etapas establecidas a mediano y largo plazo y con las garantías de que podrá realizar un trabajo con incidencias en aspectos competitivos y administrativos.
El fútbol chileno está enfrentado a un complejísimo escenario. Debe intentar mantener un nivel excepcional a nivel de selección, a sabiendas de que la generación dorada no durará más que hasta el actual ciclo mundialista, sin que haya recambio de igual o cercana categoría, con una competencia interna desjerarquizada, una serie de clubes profesionales cuya existencia solo se comprende como una herramienta de inversión o de movimientos financieros, un trabajo de series inferiores que apenas sirve para satisfacer la demanda interna, y con un cisma directivo del que no se tiene claridad su profundidad y dimensión.
Es en este dificultoso contexto local donde se necesita la figura de un entrenador con una solidez capaz de soportar un posible retroceso en materia de resultados, pero que asegure una evolución institucional. Pellegrini, el Ingeniero, probó que una de sus mayores fortalezas técnicas es el diseño de un plan maestro, y también demostró que al borde de la cancha la mayoría de sus equipos ha rendido a partir de un sistema en el que la convicción de los jugadores y el respeto del modelo son factores sustanciales.
Pellegrini es, hoy por hoy, el único técnico que podría sostener un trabajo como el que el fútbol chileno requiere: a largo plazo; refundacional, si lo pretencioso del término lo permite. Como el que su maestro Fernando Riera empezara a fines de los 50. Chile tiene una oportunidad histórica de estructurar una base sólida, aprovechando el último aliento de su mejor generación de futbolistas y del técnico de mayor prestigio internacional que ha tenido en la historia. Pocas veces se dan estas notables coincidencias como para dejarlas pasar o no intentar integrarlas en un gran proyecto.