No es metáfora la populista predilección por "el chileno de a pie".
Nos quieren caminando, apiñados o pedaleando.
Juguetes de ricos fueron los autos para la izquierda decimonónica y máquinas del terror para los conservadores arcaicos. En el no tan remoto gobierno del socialismo con empanadas y vino tinto, el Estado con el Estanco Automotriz decidía quién podía adquirir los escasos automóviles disponibles. Previamente, solo unos pocos podían importarlos y a precios inaccesibles. Todo cambió con las libertades económicas y los avances tecnológicos.
Las autoridades, incapaces de enfrentar la masificación de los autos, reaccionan con restricciones. Es lo que mejor saben hacer: la intervención del Estado para prohibir y regularlo todo, y con dudosas facultades.
Se insiste en la restricción vehicular, impulsando a comprar más autos para sortear los días de prohibición. Ignoran que la mayor contaminación proviene de las industrias, de los buses, camiones y de las calefacciones a leña.
Se reservan vías semivacías para ciclistas, condenando a los automovilistas a estrechas pistas colapsadas. Sin pagar permisos de circulación, pomposos pedaleros logran que los fines de semana les cierren calles y avenidas, dificultando el tránsito automotor.
Se mantienen, y hasta se propone reducir, límites de velocidad que vienen del siglo pasado, desconociendo los progresos en la seguridad vehicular. Para espiarnos quieren reinstalar el negociado de los radares.
Mientras aumentan los parquímetros municipales pagados, se prohíben los estacionamientos privados y gratuitos.
Con olor a negociado es la obligación de vestirse con chalecos reflectantes: nos quieren uniformados por simple decreto. Mejor habría sido sugerir chalecos antibalas para defendernos de los asaltos y portonazos.
Hasta los delincuentes advierten el desamparo de los automovilistas y aumentan los robos de vehículos.
Los impuestos a los combustibles, aranceles y permisos de circulación, concebidos para nuevos caminos, se malgastan en burocracia mientras se postergan pasos bajo nivel, dobles y terceras vías y nuevos recorridos del metro.
La presión en contra de los automovilistas se podría haber aliviado con mejoras en el transporte público. El estrepitoso fracaso del Transantiago liquidó ese sueño, con pasajeros apiñados y con multimillonarios subsidios del Estado.
Por la incapacidad de las autoridades y con medidas totalitarias, hasta con prohibición de fumar dentro de los automóviles, se nos limita la libertad.
Somos varios millones los automovilistas, pronto seremos mayoría. Entonces los gobernantes y parlamentarios no tendrán más remedio que escucharnos si quieren ser elegidos.