¿Cómo vendrá este año? Al hacernos la pregunta, nos damos cuenta de lo incierto que es todo futuro. Lo único seguro es que trae sorpresa tras sorpresa, producto de la confluencia de infinitas interacciones humanas y de impredecibles hechos naturales. Hecha esa salvedad, ¿cuáles son los desafíos más críticos en el mundo en este momento?
Las dos regiones en estado más complejo parecen ser el Medio Oriente y China. De hecho, fuera de Corea del Norte y la FNE, son los dos sitios que más sorpresas han brindado en lo que va del año.
El sábado pasado, los sauditas ejecutaron a 47 presuntos terroristas, entre ellos el líder religioso chiita Nimr al-Nimr. En un país tan hermético como Arabia Saudita tal vez no sepamos nunca cómo se tomó esta explosiva decisión. Lo que sí es seguro es su efecto: el de despertar la ira de los chiitas, sobre todo en Irán. Tal vez sea eso mismo lo que los sauditas buscaban. Porque esta ira chiita ha debilitado a Hassan Rouhani, el moderado presidente de Irán, poniendo en peligro sus audaces intentos de conducir a su país hacia la modernidad, tras el acuerdo nuclear firmado hace poco. A los sauditas les encantaría que ese acuerdo fallara, por temor a ser ellos, y no Irán, los que queden aislados, sin ya poder seguir con su insólito juego de posar como aliados de Occidente a la vez de ser financistas de Al Qaeda y de Isis.
En cuanto a los chinos, nos sorprendieron el primer día hábil del año con el desplome -que no amaina- de la Bolsa de Shanghai. Una vez más nos damos cuenta que China es insondable. No hay cifras económicas confiables, y nadie sabe a dónde va a conducir la lucha política -disfrazada de lucha contra la corrupción- que ha sido desatada por el régimen. Nadie sabe lo que piensan los chinos de a pie de esos líderes comunistas billonarios que tanto se acusan entre ellos; mucho menos lo que pensarían si estos no lograran entregar anualmente los millones de empleos nuevos con que sustentan su legitimidad.
Otro foco de tensión en 2016: las relaciones de Rusia con los países occidentales. A estos les cuesta entender a los rusos, y por eso desestiman las bondades que tendría una alianza entre Rusia y Europa occidental. De existir, podría conducir a que Ucrania tuviera fronteras más estables, y a que se librara con más eficacia la lucha contra el islamismo fundamentalista que los rusos temen como nadie. Para qué hablar de las sinergias económicas entre Europa y Rusia, hoy reprimidas. Desde luego Putin tendría que mostrar más racionalidad: últimamente lo hemos visto a él y al Presidente Erdogan de Turquía jugando al Tsar y al Sultán, como dos actrices jubiladas intentando un penoso retorno. Pero algunos amigos europeos me dicen que es Estados Unidos quien fomenta una innecesaria hostilidad europea a Rusia, por querer dividir para gobernar. Tal vez exageren, pero la actual campaña electoral sí sugiere que en Estados Unidos son muchos los que no quieren aceptar que su país está perdiendo poder relativo en un mundo cada vez más multipolar. Eso hace que les aflore un peligroso resentimiento, como de tigre herido: aquel que encarna Donald Trump.
En cuanto a América Latina, es difícil imaginarse un año tan decisivo como el que comienza. Corre una alentadora ola de racionalidad en países como Argentina, Venezuela, Brasil y Ecuador. Pero el populismo los ha dañado tanto que les va a ser difícil salir de los hoyos en que están. Los que lo logren tendrán un gran futuro; los demás corren el riesgo de convertirse en estados fallidos. En Chile, donde el populismo reinante es algo más light , la encrucijada es menos drástica, a pesar de que la ola que emana del Gobierno va en el sentido contrario de querer desacreditar a la iniciativa privada.