Segundo de los cuatro representantes regionales en Santiago a Mil, "La quebrada de los sueños" da -como la viñamarina "Hetu'u"- una muy buena impresión. Cómo no, si se trata de una propuesta del Teatro de la U. de Antofagasta, una de las compañías nacionales más longevas (con un centenar de montajes en sus 53 años de vida) estrenando una obra especialmente escrita para ella. Con aportes creativos capitalinos: la dramaturgia es del joven autor Cristián Ruiz, y la puesta en escena de Mauricio Bustos, director muy competente (y de bajo perfil).
Fundiendo dos distintos temas de investigación -la crisis de la educación en la zona y el destino de una quebrada, ayer atracción turística, hoy convertida en basural- organiza una sátira simbólica en la forma de una atractiva fábula farsesca y surreal, de rasgos absurdos, grotescos y expresionistas. De tal manera que su diagnóstico se amplía del ámbito local a Chile entero.
Muestra cuatro esperpénticos y queribles habitantes de un vertedero, que son las almas en pena de unos abnegados maestros de la mítica escuelita rural Venceremos (auténtica), los cuales vagan entre los desechos del consumo negándose a aceptar que su vocación y dedicada labor no sirvió para nada. Hasta allí llegan un padre y su hija del mundo de los vivos, y los fantasmas se proponen ayudar a que la relación entre ellos deje de ser disfuncional. Aparece también un muchacho iletrado y semidelincuente, que está justo al medio de ambos planos.
Bien dirigido por Bustos, que modula fluidamente los cambios de atmósfera y ritmo, el resultado está además interpretado con solidez por el elenco. Si estas animitas nada de depresivas y rebosantes de porfiada vitalidad se quedan grabadas en la mente del público, se debe a la vibrante energía con que son encarnadas. Así, la obra instala con fuerza su reivindicación de la sacrificada vocación del Magisterio y, junto con rendirle un tributo, reclama revalorar su misión en un país que necesita con urgencia recuperar conocimientos y principios éticos.
Pero el texto de Ruiz no anda tan bien como su ejecución. Aunque luce su misma perspicacia analítica, es una pieza suya inferior a "Entrecrónicas" (Teatro Nacional, 2012). Quizás porque aquí suele predominar la premisa sobre la acción escénica. Aparte de que en ella resuenan resabios de otros autores y textos: de Radrigán, en las parrafadas de aliento lírico; de Sieveking ("Animas de día claro", por cierto); de Violeta Parra, en los versos esdrújulos; sobre todo, de "La pequeña historia de Chile", de M. A. de la Parra.
Sea como sea, "La quebrada de los sueños" crece en importancia por otro motivo: ofrece un tipo de teatro humanista lejos del descreimiento y el cinismo tan en boga por estos lados. Es una obra que aún tiene fe en que los hombres podemos ser mejores, en que el país y el mundo resurgirán en el futuro. Aunque sea desde la basura.
En Sidarte, hoy última función a las 19 horas.