El conocido comentarista político Joaquín Morales Solá de La Nación dijo que Mauricio Macri no tenía derecho a equivocarse, ni siquiera en lo "urgente y riesgoso" de las primeras medidas. Sus votantes y los opositores en un país dividido ponen respectivamente demasiadas esperanzas y maleficios en su gestión. El triunfo del actual Presidente fue claro, pero también estrecho; se le otorgó un mandato precario. Si se quiere ver la verdadera deriva de los sentimientos políticos en Argentina, es mejor prestar atención al resultado de la primera vuelta, en la cual Scioli, kirchnerista a pesar de él, obtuvo el 38%; el peronista Massa -quien no es diametralmente diferente de Macri-, el 20%, y el actual Presidente, el 30%. Por setenta años los presidentes no peronistas han tenido un final triste, con la excepción parcial de Alfonsín, aunque este vio pulverizado su proyecto económico.
¿Se repetirá la historia? No cabe duda de que esta es la apuesta del kirchnerismo, que no está nada de muerto, aunque no necesariamente representa a la mayoría de los argentinos. El peronismo sí está muy transformado desde su origen de fábula en la fusión del caudillo con sus descamisados ese lejano 17 de octubre de 1945. Su estilo no era nuevo, pero le otorgó el sello más característico al populismo latinoamericano (el castrismo, con la sacralización del caudillo, resulta ser un pariente lejano), en una fórmula que con métodos democráticos hace casi irreconocible el espíritu democrático, sin querer (Perón) o atreverse (Chávez) a transitar a un tipo de dictadura total, de corte fascista o marxista.
El peronismo es más un sentimiento que recorre la cultura política argentina, quizás lo que corrientemente se llama el alma de una nación. Por ello lo que Macri y la actual fórmula política que gobierna el país deben asumir es que su acción económica y social, como su práctica institucional -donde sus resultados necesariamente serán ambiguos-, necesita ir acompañada de un mensaje (o narración) que muestre que lo que se quiere es dirigir a Argentina en la dirección de un "país normal", una república democrática orientada al modelo occidental. La Argentina de los últimos 100 años lo ha sido en gran medida primero como promesa económica, la más desarrollada de esta América en el siglo XX y en la vanguardia mundial en el primer tercio de ese siglo; ha sido y es también una democracia social, amén de tierra de inmigración. Gran paradoja: en lo institucional ha experimentado una inestabilidad reiterada desde 1930, a pesar de que no es poco que la actual democracia haya cumplido 33 años. ¿Metáfora de posibilidades e imposibilidades latinoamericanas? El kirchnerismo fue hijo de la crisis del 2001; también una tentación de la historia del siglo XX argentino.
Con todo, si se consolida la democracia representativa (y no retorna la democracia de la confrontación), no sería imposible para Macri que al final un peronismo renovado pueda ser parte del juego bipartidista, de manera que cada elección no signifique que se echa a los dados el destino del país. Esta es la marca del "modelo occidental". Argentina además podría por fin tener un papel internacional que fuese condigno de su significación, y no el relativo aislamiento del último medio siglo, salvo impulsos súbitos de jugar al enfant terrible , que entrega notoriedad a un caudillo, mas es siempre estéril para la vida de una nación. Podría ser realmente junto a Brasil la segunda potencia sudamericana en una entente y liderazgo una vez abandonada toda idea de hegemonía ideológica al interior del continente. Este podría dar pasos para ser realmente más libre y no prisionero de sí mismo.