En 1988, Ricardo Lagos impactó a Chile cuando, índice erguido, desafió a través de la televisión a Augusto Pinochet a no presentase a una nueva elección. Así Lagos cambió la historia. Esta semana fue el ministro del interior, Jorge Burgos, quien cambió la historia al decirle a la Presidenta que no aceptará más discriminación como la que sufrió con el viaje a La Araucanía. Lagos hizo entonces lo que nadie había hecho, increpar a Pinochet. Burgos hizo algo que (creo) ningún ministro ha hecho ante un Presidente: advertirle que, de persistir cierto estilo en La Moneda, se marcha. El dedo admonitorio de Lagos fue real, el de Burgos verbal. La institución de la Presidencia ya no es la misma desde la lapidaria frase pública de Burgos: "Le dije a la Presidenta que esto no se podía volver a repetir".
Si el Gobierno fuese un boxeador, se habría autonoqueado. El periplo de Bachelet a La Araucanía no precisó oposición para tornarse un descalabro. ¿Qué gobierno es capaz de anotarse autogol semejante entre Navidad y Año Nuevo, fechas en que la gente desea olvidar la política? Lo mínimo que debe garantizar un Presidente chileno es la mantención de la comunicación permanente con su ministro del Interior.
Lo traumático es que no ganó nadie: No ganó la Presidenta, que organiza un viaje a espaldas de su ministro, sin prever lo obvio, que le explotará en la cara. Ante el bochorno debe pedirle a Burgos que se quede, y tolerar que él le lea "la cartilla". Tampoco ganó el titular de Interior, ninguneado de forma inaceptable en una república, porque en la memoria colectiva quedan el agravio y su permanencia en el cargo. Pierde la DC, agraviada ella, el partido que brinda cierta mínima garantía a muchos de los descontentos con un gobierno radicalizado, dividido e improvisador. Tampoco se benefició la oposición, que jamás pudo imaginar marginación tan delirante. Y perdió La Araucanía, porque el viaje fue un simulacro: la Presidenta blindada por tres anillos de seguridad y efectivos con armas largas, reuniones arregladas para evitar sorpresas, y ciudadanos que, viviendo en una incertidumbre espantosa, no son consultados por quien tarda casi dos años en llegar a su región.
Pero el gran derrotado es Chile, que tiene conciencia de lo delicado del tema Araucanía y espera que el Gobierno y la clase política estén a la altura de las circunstancias. Y un damnificado es la Presidencia como institución, pues no debe aparecer condicionada por nadie. En una república hay que cuidar las instituciones y las formas en que actúan.
Esta semana Bachelet dejó escapar dos oportunidades para mostrar liderazgo. Primero: llegó a La Araucanía "a escuchar" con la libreta en blanco, como si acabara de asumir, sin nada concreto que proponer, porque la propuesta de diálogo vino, en rigor, de la Iglesia Católica. Segundo: al retornar a La Moneda y constatar qué crisis había generado, debió haber explicado al país qué se propone para La Araucanía y por qué marginó del viaje al ministro del interior.
¿Por cuánto tiempo pueden convivir bajo un mismo techo un ministro "ninguneado" de forma pública por su Presidenta y una Presidenta "pauteada" de forma pública por su ministro? ¿Quién, sino la Mandataria, es responsable de esto? ¿O acaso el "segundo piso" es tan poderoso que puede aislar a Burgos de un viaje crucial y ocultar la decisión a la Presidenta? ¿Quién manda en casa de Toesca?
Todo gobierno dispone de combustible propio para su travesía. El del actual fue la simpatía de que gozaba Bachelet y el cariño que le prodigaba la gente. Ese combustible se agotó. No obstante, Presidencia insiste en él, y por eso ordena inusitado despliegue policial en La Araucanía. Quiere evita asomos de repudio. Quien estima que su capital político consiste primordialmente en ser amado, anhela solo actos que ratifiquen el amor, siente pavor ante cualquier rechazo y elude adoptar medidas necesarias pero impopulares.
Según Bachelet, 2015 fue el peor año de sus gobiernos. Es indiscutible. Pero para muchos este ha sido el peor gobierno en democracia desde 1958, exceptuando el de la Unidad Popular. Lo delicado es que faltan dos años, la desprolijidad no debe continuar y "cada día puede ser peor". La Presidenta debe aprovechar la compleja coyuntura para recapacitar antes de que se cruce un punto de no retorno. Debería aspirar a reconstruir el tejido republicano, la unidad nacional y los consensos, y liderar como estadista en la crisis de credibilidad nacional y ante las turbulencias económicas que se acercan. Aún puede hacerlo. Ojalá el dedo admonitorio de Burgos traiga sensatez, pragmatismo y orden a La Moneda, y no sea presagio de su salida. Chile necesita reencontrarse y enfrentar unido 2016.