El descubrimiento del cadáver de una jovencita en la playa reúne frente al océano al dispar equipo del Departamento de Crímenes especiales que comanda Ali Sokhela (Forest Whitaker). Es 2013 en Ciudad del Cabo. Sokhela, de origen zulú, es un hombre formal, algo mayor, muy unido a su activa y alegre madre, y que cuenta con el apoyo de dos detectives tan eficientes como disímiles: Dan Fletcher (Conrad Kemp), un joven padre de familia, y Brian Epkeen (Orlando Bloom), un tipo con un desastre de vida personal, aficionado al alcohol, promiscuo, que se lleva pésimo con su ex mujer y con su hijo adolescente.
Averiguar quién es la víctima, visitar a su familia y recoger algunas pistas es lo que sigue. Como ocurre en cualquier historia policial.
Pero lo que han hecho Sokhela, Epkeen y Fletcher no más levantar la sábana que cubre el cuerpo sobre la arena es patear un avispero, una bomba de racimo cuyas esquirlas no dejarán nada en su lugar. Ni siquiera el pasado.
Es solo el comienzo de "Operación Zulú", el dramático, intenso y sorprendente thriller (basado en la novela de Caryl Ferey) con que el director francés Jérôme Salle cerró Cannes 2013.
En 1 hora y 45 minutos la película despliega y aprovecha, como si se tratase de un personaje más, los contrastantes escenarios de la ciudad y del país, las profundas huellas de la política del apartheid y cómo es que la sociedad se ha organizado hoy, con todo ello a cuestas, desde sus lados luminosos hasta los más oscuros. "Hay cosas difíciles de perdonar", como dice uno de los protagonistas.
Si bien Salle utiliza los elementos clásicos con que se construye un buen thriller con mucho de cinema noir , la historia se organiza a partir de situaciones, sitios y personas tan singulares y sorprendentes como lo es la historia reciente de Sudáfrica.
De hecho, aquello que se trenza solo podría salir de allí. Y sin embargo, no es ni lejano, ni ajeno. Al contrario, hay ecos reconocibles, porque aquello que toma distinta forma en diferentes lugares remite finalmente a algo tan universal y ancestral como la condición humana.
La venganza vs. la justicia, el odio vs. el perdón, el rencor vs. la reconciliación, las verdades oficiales vs. las ocultas, son dilemas que están en películas tan aparentemente disímiles como la alemana "Laberinto de mentiras", la española "La isla mínima" o la argentina "El secreto de sus ojos".
No pocos países, cuál más cuál menos, parecen tener algún esqueleto en el clóset.
En "Operación Zulú" también los tienen varios de los personajes, algunos de ellos estremecedoramente trágicos, otros marcados por herencias no deseadas y otros de turbio pasado.
La habilidad de la cámara para describir certeramente a sus protagonistas, a sus cercanos, a sus conocidos, cada uno en su rica singularidad -en sus hábitats, sus costumbres, sus actitudes-, es parte clave de lo valioso de la película que con ello traza un gran fresco de una sociedad completa.
Salle -que no teme mezclar grandes planos desde el aire con escenas en estrechas callejuelas; luminosidad radiante con tugurios nocturnos- parece aplicar aquello de "menos es más". En sus escenas breves y elocuentes, nada sobra y nada falta para que el espectador se sumerja encandilado, desde el primer plano -un dramático flashback a 1978- hasta la impresionante secuencia final.
Nada ni nadie queda incólume. No ha quedado clóset por abrir.
Muy buena.
(En cartelera).