Del famoso e intragable amateurismo con el que Jorge Sampaoli se ha llenado la boca desde que comenzó a abrazar la popularidad, lo único que le va quedando es el buzo que viste cada vez que dirige (implementación que, por lo demás, cede el sponsor de la selección).
Nadie va a negar los méritos técnicos de Sampaoli a esta altura. Sería un análisis tan miope, como omitir todos los sorprendentes detalles de sus negociaciones con la ANFP. Su rendimiento en la selección nacional habla por sí solo, y a quienes tienen la discutible costumbre de medir a los entrenadores exclusivamente por los números, el resto poco interesa.
Pero tratándose de un personaje que se ha transformado en una referencia histórica para el fútbol chileno, hay que pecar de ingenuo para no abordar otras facetas de su trayectoria global en la Roja y así debatir profundamente si con los recientes antecedentes conviene o interesa que siga al mando de la selección.
Las revelaciones que se han ido destapando desde que explotó el escándalo de Sergio Jadue, dejan a Sampaoli en una incómoda posición. Mejor dicho: hacen que su continuidad resulte insostenible. Y también provocan que poco importen sus reiteradas afirmaciones de que él será quien resuelva su permanencia en el cargo después de las elecciones del 4 de enero.
Arturo Salah o Pablo Milad deberán adoptar la complejísima decisión de prescindir de Sampaoli. Una determinación de enorme costo político y, potencialmente, financiero, pero inevitable si el propósito declarado en sus respectivas campañas es hacer una limpieza generalizada del fútbol chileno. Porque las razones para sacar al seleccionador sobran. Y la más poderosa es una que hace rato que no se considera por Quilín: la ética. ¿Cómo se puede confiar en alguien que sistemáticamente ha modificado su vínculo contractual aprovechándose de una posición dominante y de un escenario directivo completamente irregular?
Jorge Sampaoli ha perdido la autoridad moral para enfrentar a un plantel de jugadores que en su mayoría no se mueve por el dinero, que es lo que él ha priorizado de un tiempo a esta parte de manera indesmentible, incluso amenazando con no viajar con la selección a un partido eliminatorio, como lo han afirmado testigos de la situación. La esencia de su discurso de vida, de su naturaleza competitiva se ha desplomado violentamente, aunque los pragmáticos, los fanáticos y los exitistas argumenten que el contexto material no debe mezclarse con el deportivo.
Así como la desquiciada codicia destruyó la actual estructura directiva del fútbol chileno, la progresiva ambición del seleccionador desplomó el espíritu de superación que alguna vez transmitió, cuando aún sus palabras convencían y sus actos, lejos de la cancha, no se conocían.